miércoles, 22 de diciembre de 2010

La Mujer de Humo

Sentí como nacías
De mis entrañas.
De mis fauces nasales,
En un exhalar
Mezcla de desdicha,
Y grises amores.
Te dibujé un poco
Haciendo círculos
Con mi índice
Dándote silueta,
Creando senos
Piernas, cola,
Cabello, nariz
Te vi coloreada
Por la luz tenue
de mi lámpara de lectura.

Bebí un trago
Corto;
Para no embriagarme
Simple;
Para disfrutarte
Te senté en mis piernas
Y te pedí que no murieras.
“Yo no moriré amor”
Pero empezabas a hacerlo
Entonces otra calada
Y otra vez mi índice
Y la luz tenue.

“¿Qué hacés en Tucumán?”
Me estoy haciendo fuerte amor
Estoy reconstruyéndome
Ya lo verás,
Ya lo sentirás,
No volverá a faltarme whisky
Ni cama, ni comida
Ni calor, ni amor
“Tengo que irme chiquitín”
Lo sé, es mi último cigarro
Ellos tampoco volverán a faltarme
“Lo prometes”
Sí.

Abro la ventana
Ya te mueres y te desvaneces
Como todas, como siempre
Y la luna está hermosa allá arriba
Pero no tengo ganas de hablar con ella.

martes, 21 de diciembre de 2010

Justicia para nadie

El taxi se paró. Llovía jodidamente en Tucumán y un pozo o algo así detuvo el motor. Nos quedamos en silencio. El incómodo silencio de dos personas. Chofer y pasajero y yo no me embriagaba desde hacía tiempo. Y el mundo me parecía un tarro lleno de mierda.
-¿No arranca?
-Y… no.
Ok. “Tipo listo” y yo sobrio. Los minutos pasaron, “Tipo listo” habló.
-No arranca.
-Bueno, ¿qué te debo?
-Lo que dice el reloj.
-No voy a pagarte lo que dice el reloj.
“Tipo listo” se puso nervioso.
-Me pagás o llamo apoyo y te damos una paliza porteño de mierda.
Ok. “Tipo listo” estaba nervioso de verdad y yo me asusté. Y luego ya no me asusté.
-¿Necesitás apoyo para darme una paliza?
-Te traje hasta acá. Pagame.
Mi oración no se había entendido. Nunca dije que no quería pagarle.
-Te doy uno de a cinco.
El reloj ya marcaba diez y la lluvia paró. 7:30 am. Por favor Dios, dame un trago.
-Ok. Dame los diez.
-Dame los cinco -repliqué, y la transacción terminó.
-La próxima vez te meto un puntazo. Porteño puto.
No respondí.
La violencia verbal es el látigo fatídico de una sociedad en decadencia. Yo estaba sobrio y no en decadencia. O al menos eso me dicen ahora. Pero no estoy convencido.
Debía hacerle un favor a un amigo. Declarar en un juzgado. Mentir. Estaba bien, quiero decir, no estaba bien que su padre esté preso. No era “él” quien debía estarlo. Los que debían estar encerrados manejaban el mundo y seguramente a esa hora estaban en el caribe agarrándose las bolas con cuero mientras un tipo le mete el dedo en el culo entre cintazos y cocaína. Pero tenían el poder y los millones. Y countries, y sobornos. Y el padre de mi amigo no tenía nada de eso. Sólo un cargamento de marihuana en su auto en la búsqueda por zafar del mundo del trabajo. No, él no debía estar preso.
Los pasillos del juzgado me recordaban a los pasillos de la sede central de AFIP. Pulcritud insulsa. Perfumes y sonidos de tacos. Secretarias hermosas. Tipos gordos de plata. Puertas cerradas “Prohibida la entrada a toda persona ajena a esta oficina” Secretarias que entran y salen seguramente después de mamársela a los gordos. Tal vez; no todas. O tal vez; todas. Lo decidiré cuando sea juez y haga el recuento de cuántas me la mamaron para ser secretarias.
Los abogados me habían preparado bien “decí esto y aquello”. Ok; digo esto y aquello.
Unos muchachos agradables, compradores. Jóvenes promesas de éxito. Trajes nuevos, oficina impecable decorada con fotos. Fotos de viajes, y libros de leyes y yo sentado esperando que un yunque me cayera encima. Les agradé, de alguna forma me sentí bienvenido. Yo era un signo pesos, si decía esto y aquello ellos cobrarían un buen dinero. Supongo que está bien, es así como funciona la cosa.
Así que ahí estábamos, los jóvenes abogados, los gordos con plata, las secretarias chupa verga y el escritor testigo falso. Todos en el Juzgado Penal de Tucumán mientras un hombre le parte un palo en la cabeza a su mujer en Bogotá y un pibe amenaza a un cajero con un 38 en Mataderos.
Llegaron entonces unos guardias, grandotes, de uniforme gris. Armas y palos les colgaban del cinturón y a mí se me fueron las ganas de tocarle el culo a alguna de las secretarias. No me hubiese gustado caer en manos de esos gigantes cara de mono.
Y los gigantes cara de mono traían esposado a un tipo. Era “alguien” que había hecho “algo” que estaba mal. Se frotaba las manos tatuadas con cinco puntos y un nombre. No pude leer el nombre.
El contraste que hacía el tamaño de su cuerpo con el de los guardias era confuso y te hacía pensar “¿qué carajos puede haber hecho este con ese tamaño?” La respuesta estaba en su caminar, en el incendio de sus ojos, en la destrucción que signaban las facciones de su cara.
Lo sentaron a un asiento del mío. Sentí pena por él. Era un hombre sin significado, como un nombre propio escrito con minúscula. No podías confiar en él, no podías acercarte a él. Cada segundo que pasaba imaginaba que el tipo le quitaba el arma a uno de los guardias y corría por los pasillos dando tiros. Nada sucedería. Nos miramos y dijo:
-Si sos un narco te meten veinte años. Pero si matás a un violador te dan cincuenta.
Suspiro. Le creí. Le di la razón. ¿Qué harían con él? A fin de cuentas todo es simple para el hombre; insultar, matar, juzgar, mentir, chupar una verga, putear. Como si de aplastar a un insecto se tratara.
Me llamaron. Hice lo que tenía que hacer y luego salí del edificio. Me senté en una plaza y encendí un cigarrillo. Una hoja cayó de un árbol junto a un pequeño bicho que caminaba pacífico cerca de mí. Lo aplasté.
No existía la justicia en el mundo ni para el asesino ni el verdugo. Todo era lo mismo. Tampoco existiría justicia para el preso ni para el bicho aplastado, entonces levemente un roce de tristeza aguó mis ojos que se perdían en el culo de una mujer que se paseaba frente a mí.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Han pasado horas

Me han pasado horas
mirando el cursor
y ni una sola palabra escrita.
La hoja en blanco
es el vivo detonante
de una carrera terminada,
agotada, vacía
La guitarra continúa
sin el más mínimo sonido.
Estoy total y completamente aburrido.
Sin nada que decir
y muy pocas ganas de escuchar.

Si estas en esta situación colega,
sólo recomiendo la soledad;
Quédate solo, el tiempo que lo necesites.
No escuches a nadie, no llames a nadie.
Cierra puertas y ventanas
No pienses, sólo bebe.
No comas, sólo bebe
Botella tras botella.
Apaga el teléfono,
cerrá tu cuenta de hotmail,
facebook, etc.

¿La PC?
Bueno es la primera vez que tengo una,
Y es la única forma que tengo de expresar.
Tal vez la deje encendida unos días más.

Han pasado horas,
justo delante de mis ojos.
Las horas no saben quién soy,
los días y los meses tampoco.
No saben de vos tampoco.
Bebe, cerveza tras cerveza,
Fuma, Cigarrillo tras cigarrillo

¿Y después?
Asoma la cabeza,
pues te esta esperando todo.
Renovado o destruido,
nuevo, o viejo
Pero siempre algo desconocido.
Y de eso se trata todo esto.
De disfrutar de lo desconocido.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Infidelidad

Hugo despidió a su mujer un día jodidamente caluroso de diciembre. Hacía ya tiempo que él había dejado de amarla. Quería dejarla pero no podía soportar su tristeza. Era un cobarde. Se despidieron mientras las lágrimas brotaban de los ojos de ella y él, ni siquiera se inmutaba. Sabía que todo había terminado. Ella también lo sabía. La Estación Retiro dejó salir el micro que llevaría a tan inmensa mujer a un descanso, a sus vacaciones. Él no se quedó a saludarla. Quería escapar y no sabía por qué, sólo quería escapar. Ella era una mujer hermosa, tanto en su interior como en su exterior. Pero Hugo ya no quería aquella comodidad. Le gustaba estar siempre al límite y la comodidad nunca puede mostrarte el límite.
Él no tenía casa ni dinero para irse, así que decidió buscar un trabajo que le diera algún dinero para poder marcharse. Consiguió algo en un restaurante, de lava platos; al tipo le gustaban ese tipo de trabajos en donde sólo se necesitaba fuerza y resistencia. Se consideraba un tipo fuerte y resistente, y aunque estuviese cansado siempre seguiría trabajando.
-Soy una mula de trabajo así que ¡no me jodan!
Pero le gustaba beber, y bebía como un condenado. Tragándose su propio vómito sólo por considerarse a sí mismo “el gran bebedor de cerveza”, y así su dinero se iba entre las risas de los demás y su tosquedad pues “NADIE BEBE MAS QUE YO”.
Los días y las semanas pasaron, Hugo comenzó a sentir la necesidad de tener sexo. No se trataba de amor, él sólo quería una concha para lamer, una mujer que le chupase la verga, un culo para pasar su sedienta lengua; pero no era habilidoso con las mujeres, y siempre terminaba ebrio en la que no era su casa, matándose a pajas con alguna película pornográfica en Internet. Pajas, pajas y más pajas todo el tiempo; si encontraba algún momento de ocio en el restorán se retiraba al baño y se hacía una buena paja pensando en alguna de las camareras del lugar.
Fue una noche de martes en la que él se encontraba en la barra de un bar en San Telmo. Siempre iba a ese bar, pues le gustaba el Jack Daniels, y por un billete de a veinte podía conseguir una buena medida. Había una mujer que siempre se lo servia bien cargado.
Mientras sorbía un trago de aquella bebida, una hermosa rubia pasó por su lado. Él la miró directamente a los ojos y ella también.
-Pues bien –pensó -no significa nada, ella sólo me miró, le perecí un tipo extraño.
Y Hugo continuó bebiendo.
Minutos después alguien tomó su hombro:
-Hola.
-Hola -le respondió él a aquella rubia
-¿Estás solo?
-Mucho -le dijo.
-Yo también.
-No te preocupes, somos un par de personas “solas”-ella sonrió
-¿Y qué haces?
-Nada.
-¿Nada? -retrucó ella.
-No, absolutamente nada.
-Pero tienes que hacer algo, tú tienes que hacer algo -le dijo en acento extranjero,
y comenzó a contarle sobre Nueva York. Le dijo que él se parecía mucho a la gente de allá, pero él sabia que los alcohólicos son iguales, en Nueva York, en Buenos Aires o en Ucrania.
Se enamoraron y comenzaron a besarse casi estruendosamente, estrechando sus húmedas lenguas, succionándose el uno al otro, chocándose los dientes, sin que ello les importara.
Él comenzó a pasarle la mano por la entrepierna, primero un poco suave y luego algo más acelerado:
-Wait -susurró ella frenando el masaje atrevido que le proporcionaba Hugo.
-¿Tienes un lugar?
Pero claro, Hugo no tenía un lugar, no tenía dinero para un “telo”, no tenía amigos, no tenía nada. Trató de pensar, pero la excitación lo nublaba. No era el hecho de eyacular, él quería coger con una mujer y que aquellas pajas se hicieran por una vez realidad. Ella era hermosa y el calor hacía brotar gotas de sudor entre sus tetas. Estaba volviéndose loco frente a la “yanki”.
-No tengo dinero para el taxi.
-No importa, yo lo pagaré.
Y así partieron al lugar prohibido, al lugar al que Hugo sabía perfectamente que no debían ir.
Continuaron besándose en el taxi, en el lobby, en el ascensor, en la puerta del departamento, y finalmente en la cama. Comenzaron a hurgarse el cuerpo. Él jugaba con su vagina bebiendo todo el líquido que de allí provenía; ella hacía lo mismo con su verga mamándosela incansablemente, y luego la dio vuelta y ella apoyándose en sus rodillas levantó aquel hermoso culo y dejó a la vista su sexo palpitando de placer. Comenzó a penetrarla primero lentamente disfrutando del momento, de la gloria, sintiendo el mas lujurioso placer. Ella gemía y gemía, y él también. Tuvieron sexo en todas las posiciones existentes, una y otra vez, repitiendo algunas de ellas, y la cosa siguió así hasta llegar al punto más alto del clímax, y juntos apretaron fuerte sus cuerpos en una acabada acompañada por un grito de placer ensordecedor.
Hugo cayó al costado de la cama, rendido, exhausto por todo aquello, respiró con dificultad hasta que se normalizó. Ella se levantó, fue al baño, se limpió y fue a la cocina a por un vaso de agua. Él no podía mantenerse despierto y una sensación de alivio y descanso ganó la batalla por mantener sus ojos abiertos. Se durmió profundamente.
Algo terrible estremeció su pecho al escuchar como unas llaves abrían la puerta de entrada del lugar. Y sólo una persona tenía las llaves. Hugo abrió los ojos y ahí estaba ella, su mujer, su ex mujer, bronceada, iluminada, hermosa como siempre y dueña de esa casa; la que pagaba las cuentas, la que siempre le cocinaba, lo acariciaba, lo besaba, lo cuidaba y le hacia el amor en aquella cama ahora ocupada por un extranjera. él miro al costado y la yanki yacía desnuda, dormida profundamente. No por mucho tiempo.
-¡HIJO DE MIL PUTA! ¡SOS UN HIJO DE MIL PUTA! BASURA TE VOY A MATAR HIJO DE MIL PUTA!
Y la rubia despertó desorientada por los gritos y los objetos que esta mujer desconocida para ella le arrojaba al tipo que había conocido la noche anterior.
Él no decía nada, y recibía los golpes, los palazos de escoba, las cachetadas, mientras intentaba ponerse los pantalones. Se levantó y salió de la habitación mientras ella seguía gritándole y golpeándolo. Pasó por la cocina y los golpes continuaron. Entonces con un movimiento que duró un segundo, ella tomó un cuchillo tramontana. Él la miró a los ojos y sólo pudo decirle “pará”. Ella se acercó con una increíble velocidad y Hugo sintió como el arma blanca recorría su estómago, sus entrañas, como cortaba tajante su vida a los 26 años. Llevó sus manos a la herida, mientras la “yanki” gritaba y lloraba. Tomó una remera que había dejado arriba de la mesa en su última noche de lujuria, y salió al pasillo, donde todos los vecinos del 6to piso miraban desde la puerta de sus departamentos. Hugo se sentó en el pasillo y alguien grito “¡llamen a una ambulancia!”. Tomó la remera y se la ató a su estómago para impedir la hemorragia. Todo era gritos y llanto y sangre. Hugo estaba tranquilo muriendo poco a poco, se metió la mano en el bolsillo sacó un paquete de Chesterfield y encendió uno. Fumó una calada y falleció.
Minutos después llegaron los médicos, y ahí estaba el cuerpo inerte de Hugo, empapado de sangre junto a sus dos mujeres, los vecinos y el portero del edificio, quien sostenía un balde de agua en una mano y un trapo de piso en la otra, listo para limpiar la escena de infidelidad.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Aracnofobia


¿Cuál es el objeto de tu creación?
Horrible artrópodo sin sentido
Danzas asquerosamente
En tus ocho patas
Conculcando mi siesta
Mi tranquilidad,
Mi opulenta vagancia

¿Porque no desapareces cuando me ves
Como lo haces cuando ves
a los demás humanos?
Tu peluda negrura sólo expele
Rechazo en mi especie
Nadie en este mundo te quiere cerca
¡Fuera, muere!

¿Quién te lo dijo?
Estoy seguro,
Fueron las hormigas
Las moscas,
Las polillas, los mosquitos
Las ratas, las cucarachas
Quieren venganza
Y conocen mi secreto,
El terror que habita en mí
al encontrarte.

Te temo,
Te odio,
Hasta en mis sueños
Nuestra lucha continua
En ocasiones;
Una sola gigantesca
Otras: cientos de ustedes
Subiendo lentamente por mis piernas

Dejaré el cuarto
Ganaste esta vez, otra vez
¿Cuál es el objeto de tu creación?
Lo comprendo… es mi aracnofobia

martes, 14 de diciembre de 2010

La copa en la cartera

En el bar, entre luces,
Un muchacho bebe
Humo instalado
A la altura de sus párpados
Mientras una maja mujer lo examina
En una tintineante sonrisa
Que invita a topar
Sus respectivas bebidas.

Departen, ríen, se persuaden
Rozan sus manos
Y el tacto los toma por sorpresa
Ambos corazones pulsantes
Se declaran en evidencia
Esa noche no serán para cualquiera,
Será sólo entre ellos.

Se buscan, se encuentran
Se excitan, deliran
Emergen sin siquiera conocerse
Celos, de un hombre al saludarla
Celos, de una mujer al saludarlo
“quédate a mi lado”
Discurren a la vez.

Es el momento y única ocasión
¿Cuál será el indicio?
Ella lo mira y acaba su copa de un sorbo
Él la terminó un minuto antes
En un gesto encubridor la copa se desliza en su cartera
Y lacrado queda el tratado de amor para esa noche.

Llegan a la habitación dan vida a un vino
Que llenará el vacío de la copa sustraída
Trofeo que patea lejos al fracaso
Que en sudor y gemidos
No rondará por ese cuarto...

lunes, 13 de diciembre de 2010

Medio segundo de maternidad…

De manera muy sutil Nicolás apartó su mano de la teta de Carla. Ella insistió tratando de generar algún signo de excitación en Nicolás. Pero no lo consiguió. Su boca lamiendo ya no provocaba aquellos descontrolados sonidos de placer en su hombre. Nada sucedió.
Dejaron de tocarse comprendiendo la fatídica escena. El amor y el sexo se hallaban lesionados de por vida entre los dos. Y no existía en el lugar sensación de querer recuperarlo.
Nicolás encendió un cigarrillo y ella la luz. Se paró frente al espejo y con sus manos examinó su figura:
-Che ¿Estoy gorda?
Él no contestó.
-Posta; estoy hecha una vaca.
La miró, la enfocó, divagó con sus ojos marrones por aquel cuerpo blanco. Viajó profundamente por sus piernas, su vello púbico, su casi inexistente barriga. Sus redondas tetas, sus pequeños pezones. Esos que tanto apetito le habían generado durante meses. Y luego su rostro. Cada uno de los “te amo” habían sido recitados desde su más profunda sinceridad.
A su risa, a sus ojos verdes, a su pelo azabache ondulado. Era lo mejor que le había ocurrido. No recordaba nada mejor y no pensaba en encontrar mejor conexión que esa.
-¿Qué mirás?
Se sintió a un segundo de volver a decirlo y al saberse pensativo desistió de la idea. Él ya no lo sentía y estaba seguro de que ella no querría escucharlo.
El cuarto quedó sin palabras unos minutos. Entonces por primera vez en dos meses un sentimiento de incomodidad se irguió como un muro entre los dos.
-Che, mirá; yo me voy.
Él se sonrió. Conocía ese tono, esa forma perspicaz que tienen las mujeres al despedirse. Al escapar amablemente de su vida.
Ella se acercó y lo besó en la mejilla:
-Tenés mucho talento Nicolás.
-Lo sé.
-No lo desperdicies.
-Nunca lo hago.
Ella suspiró queriendo ocultar una sonrisa.
-Te dejo los puchos.
-¡Gracias! -se acomodó en posición fetal y se tapó hasta las orejas.
-¿Me apagás la luz?
El alma de Carla percibió la primera sensación de maternidad en su vida. Mientras los ojos de Nicolás comenzaron a cerrarse ella contempló a aquel niño de 27 años. Sintió que debía protegerlo, cuidarlo, bañarlo y en el instante en que decidió meterse nuevamente a su cama la imagen de la habitación la tomó del cuello a la realidad. Bolsas vacías de cocaína, botellas de cerveza, cajas de vino, paquetes de preservativos que no pertenecían a sus sudorosas noches de sexo. Ella se sonrió y comprendió que no era su deber cuidar de él:
-¡Hey; Nicolás!
El la miró.
-Cuidate.
-Nunca lo hago -le respondió sentenciando definitivamente el amor animal que existió entre los dos. Ella apagó la luz y salió a tomar un taxi en Av. Corrientes mientras un hermoso sueño apartaba a Nicolás de Carla, del mundo y de él mismo.