martes, 6 de abril de 2010

A los ojos


Aprendí que el reflejo en el espejo
dice menos de lo que creo.
Recordé los roces sin vitalidad,
que proporcionan las piernas
que ya no me pertenecen a esta cama.

Serví más de dos copas,
y las bebí todas.
Tomé un par de manos
y destruí un par de corazones.

Escuché fuerte y claro aquel “adiós”
no quise escuchar ni por un segundo aquel “te amo”.
Mi bolsillo estuvo lleno,
y palparlo, me costó vaciarlo entero.

Me abrí,
me cerré,
me embriagué,
nos embriagamos,
nos escapamos,
me vi,
era yo,
frente al espejo.

domingo, 4 de abril de 2010

Curiosidad


Sonó el timbre como a las 2 de la mañana. Me alegré, seguro era mi estimado amigo que siempre pasaba después de su trabajo a verme. Ese día llegó un tanto más tarde. Busqué los pantalones y en mi salida choqué con la última botella de cerveza que había bebido:
-Qué alegría verle. El sonrió y nos dimos un abrazo. Cruzamos el pasillo largo que conducía a un pequeño patio que daba a la puerta de entrada a mi casa. Le di las malas noticias:
-Mi amigo; no tengo dinero y mucho menos nada para beber. El asintió con la cabeza:
-Pues entonces no tenemos nada que hacer acá. Cambiate y vamos; me invitaron a una reunión.
Obedecí. Mientras abría la puerta un fuerte olor a mierda de gato me lo recordó:
-Che, hace un par de días que no veo a Priscila.
-Espero que esté bien.
-Yo también -contesté.
Puse llave y salimos con algún rumbo, incierto para mi, sumergidos en la más oscura de las noches del barrio de Villa Crespo.
Caminamos tranquilos, fumando un cigarro en silencio. Entonces él habló:
-¿Comiste?
-No.
-Yo tampoco. Vamos a comer algo.
Cruzamos corrientes y previa parada al cajero automático nos encontramos parados en una de esas pizzerias en las que por sólo seis pesos te llevás una grande de "muza". No tuvimos suerte, la pizzeria tenía demasiados pedidos por entregar y nosotros mucho hambre. Nos fuimos a una casa de empanadas que estaba justo cruzando la avenida y pedimos 6 empanadas y una cerveza. La cena fue cara. Hoy en día una empanada cuesta cuatro pesos y ninguno de nosotros dos sabía cual era la razón. Nos llevamos todo aquello en unas bolsas de nylon blancas. La muchacha que atendía nos abrió la puerta mientras yo le hacía un paneo a su atractivo culo. Era un lindo culo.
Nos sentamos en la vereda metros más adelante y nos dispusimos a comer y beber:
-Tiene lindo culo esa mina -mordí una de jamon y queso.
-Sí; lo tiene.
-Creo que se fija un poco en mí -él abrió la cerveza con el encendedor. Todo un arte.
-¿Te parece?
-Sí, creo que sí. Che ¿a dónde vamos? -tomé otra empanada.
-Me invitaron a una casa muy cerca de acá. Tal vez podríamos ir a ver que onda -me pasó la cerveza.
-Está bien -tomé un buen trago. Mientras lo hacía una mujer mayor pasó montada en una de esas bicicletas de montaña. Vestía una campera de rompe vientos color verde y unas calzas rosas. Se veía bastante mayor. Parecía tener la velocidad de subida pues daba frenéticas pedaleadas que la hacían ver un tanto extraña:
-Eso es extraño -dije.
-Sí; lo es.
Terminamos la cena y partimos. Pasamos justo frente a la casa de empanadas donde la chica del lindo culo terminaba de cerrar y se iba abrazada con uno de los pibes que laburan ahí:
-Bueno; tal parece que no estaba conmigo -le dije mientras el soltaba una leve carcajada.
Dio dos toques al timbre y esperamos. Nada. Lo intentó nuevamente mientras yo daba unos pasos hacia atrás para ver si alguien se asomaba. En un balcón dos tipos conversaban:
-Hey -les grité -estamos abajo.
Lucas se paró a mi lado:
-Hola ¿Está Andrés?
-Esperá -respondió uno.
Minutos después la puerta se abrió. Era una puerta gigante y se notaba pesada, frente a mí unas escaleras, muchas escaleras. Subimos; Andres nos acompañaba.
Era un departamento extraño, de grandes dimensiones acompañado de un excesivo olor a humedad. Me gustó que la heladera esté en el living. Cuando estás sobrio es necesario ver con tus propios ojos cuando te sirven un trago. Luego ya no importa.
Nos presentaron con las personas que se encontraban en el lugar; había tres mujeres y unos cuatro tipos. Me gustó una de ellas, tenía buenas tetas y una linda sonrisa. Lo tipos tenían pinta de idiotas y no tardé mucho en cerciorarme de ello. Creo que Schad también se dio cuenta, y también le gustó la mina de las buenas tetas.
-¿Qué toman?.
-¿Cuánto hay que poner? -respondí.
-Quince.
-Tomá, yo voy a por mi trago.
-Muy bien, ahí está la heladera.
Entonces bebimos, Lucas, Andres, las tres mujeres y los cuatro idiotas. Bebí unos tragos largos y rápidos para intentar entrar en sintonía. No tenía muchas ganas de hablar de sus universidades, de sus carreras, de sus proyectos. Schad lo sabía así que sólo contribuía a recargar mi vaso mientras yo permanecía en silencio. Claro; sólo hasta embriagarme.
Y ahí lo solté todo, lo de siempre, lo que siempre hago cuando me embriago, aborrecerlos a todos en sus caras. Hacerles la contra, mostrarles que sus vidas son insignificantes. Es que la mía también lo es , es sólo que yo estoy perfectamente consciente de ello. Y eso contribuye a mi sabiduría. ¡EL REY DE LA MEDIOCRIDAD! ¿Que si creo realmente en lo que digo? Claro que no... Ni en ellos, ni en mí, ni en nadie. ¿Entonces? Entonces puedo decir todo lo que se me venga en gana.
-¿Flaco; vos te pensás que sos el más borracho del mundo?
-Te puedo asegurar que soy el más borracho en este departamento.
-¿Y eso de qué te sirve?
Lucas me miraba de reojo, me conoce, sabe que los estoy poniendo nerviosos, sabe que estoy furioso, por ella, por todo. Y sobre todas las cosas sabe perfectamente que tumbaría a cualquiera de ellos. Él está tranquilo y sabe muy bien que yo no lo estoy.
Yo había estado observando a uno de los tipos. Iba y venía del baño y se lo notaba cada vez más exaltado. Era obvio; estaba tomando cocaína.
Me miró:
-Parece que sos un tipo duro -no respondí.
Se levantó dirigiéndose a una habitación, segundos después una enorme sonrisa lo acompañaba junto a un arma en su mano derecha. Cruzamos miradas con Lucas.
-Esta me la regaló mi viejo.
-Mirá vos.
-¿Te gustan las armas?
-No...
-¿Por?
-No lo sé, creo que soy un tipo muy curioso.
Le quitó el cargador, las balas brillaban con la luz del living. Lo volvió a meter. Estaba cargada.
-Che andá a guardar eso -dijo uno de los pibes.
-Pará; no pasa nada. Dale tomá, hacete hombre y agarrá un arma, gil.
Lanzó el arma hacia arriba y la tomó por el cañón dejando la culata frente a mis ojos.
-No.
-¡DALE!
Las tres mujeres se levantaron:
-Che nosotras nos vamos.
-Ustedes no se van a ningún lado, acá no va a pasar nada ¿Y, GRAN BEBEDOR DE CERVEZA, QUÉ VAS A HACER?
Volvió a ponerme la culata en la cara. La tomé. Schad me sacó el vaso y me miró haciendo un movimiento de negación con la cabeza. Yo continuaba con el arma en la mano, era pesada y fría, y se sentía un poder increíble, algo adictivo.
Entonces lo pensé; esta es mi oportunidad, puedo cambiarlo todo en un segundo, algo tiene que pasar, yo tenía un arma por primera vez en mi vida y no podía dejar pasar ese momento.
-¿Y, cómo se siente?
Levanté la vista y lo miré esbozándole una sonrisa. Me llevé el arma a la sien.
-León deja eso -dijo Lucas mientras las mujeres y los idiotas se levantaban de las sillas. El otro tipo soltó una carcajada.
-Cuidado; está cargada.
-Te lo dije; soy un tipo muy curioso -apreté el gatillo y pude escuchar el estruendoso grito de Lucas a quien vi por ultima vez abalanzándose sobre mi ultimo segundo de vida.
Y luego todo estaba en blanco, todo estaba calmado, no existía la más mínima sensación de nada. Era la nada total. Era un buen lugar.

sábado, 3 de abril de 2010

Mi Suerte

Un tipo en el bar la noche anterior me había contado que sólo invirtió un peso cincuenta, y que al otro día, consiguió un poco más de cien pavos.
-¿Y cómo lo hiciste cabrón?
-Te lo digo Elvis, fui a la agencia que está en Montevideo y Perón, y le jugué a la cabeza.
-¿A la cabeza de quién?
-Uff… no te puedo explicar ahora.
-Bueno no importa, el caso es que tenés cien mangos más.
Así que dejé de preocuparme por ello y seguí brindando a la salud de mi amigo, y de su bolsillo, cien pesos más lleno.
La mañana me encontró en la puerta del hotel donde vivía en Congreso. Conseguí levantarme y llamé a la puerta:
-¡Ey! Tengo que entrar, me estoy meando y tengo frío.
-¡Pague el alquiler señor Valdivia o váyase!
Puta madre, estaba en problemas. Casi sin dinero, sin casa, sin bebida, sin mujeres. Le hice una seña con el dedo al encargado y salí a caminar. La cuidad estaba rara, se sentía una inusual carga en el aire, los autos producían ruidos extraños, que yo desconocía.
El olor a subte era mucho más fuerte que de costumbre, y a la vista, ni un sólo bar abierto; o, al menos, ni uno que represente la posibilidad de embriagarme con algo más de diez pesos. Pregunté la hora a un tipo de saco y corbata:
-Las 12:32 -respondió.
Lo puteé.
-¿Por qué no me dice “doce y media”?
Ni hablar, tomé dirección a “los chinos” a comprar vino en caja, del más barato. En el trayecto, crucé con el lugar que me había mencionado aquel tipo; si, el del bar. Entré. Un hombre realmente grandote salió a atender:
-¿Que necesita?
-Necesito cien pesos.
-Ud. necesita un baño señor. Por favor retírese del lugar.
El maldito me hizo encabronar. Metí las manos en los bolsillos y saqué un bollo de billetes, sonaron también algunas monedas:
-¡He dicho que se me atienda!- dije mientras soltaba mi pequeña fortuna sobre el mostrador. El tipo tomó el dinero, lo contó y me miró a los ojos:
- Bien, ¿y a cuál desea Ud. jugar? ¿Matutina, vespertina o nocturna? ¿Nacional o provincial?
Sabia como llenarme las pelotas.
-Que se partan en mi cabeza todas las botellas que bebí en mi vida si no elijo la nocturna, y por lo demás, está en tus manos. ¡Ahora, rápido que tengo cosas que hacer!
El tipo apretó unas teclas, y luego hizo otra pregunta más:
-¿Número?
-¿Número de qué?
-Ud. tiene que elegir un número.
-¡No sé qué numero!
-Diga un número.
-¿Cualquiera? ¿El que yo quiera?
-Sí señor.
-Mmmmm, elijo el 1232.
El grandote aquel apretó unos botones más, escuché unos ruidos, seguidos de un último clic que daba salida a un papel blanco. Me lo entregó.
-¡Qué carajo! ¿Y mis cien pesos?
-Conserve el papel señor, y no vuelva por acá.
Lo último, lo dijo bien cerca de mi cara, y como dije antes, el tipo era grandote.
Esta vez estaba jodido, y mis ganas de beber aumentaban aun más con el pasar de los minutos. Viendo que la cosa no mejoraría decidí acostarme a dormir una siesta en Plaza de Mayo. Mendigué un cigarrillo por ahí, y cerré los ojos mirando una hermosa mujer disfrutar su sandwich de pollo, hasta quedar completamente dormido, con hambre y con ganas de beber.
El frío, fue lo que me despertó. Temblaba. Y al no tener medias, mis tobillos estaban congelados. Apenas podía moverlos. Tenía que resolverlo, no podía estar en esta situación, así que decidí llamar, por cobrar, a un viejo amor. Sentía con toda seguridad que ella podría cuidarme. La verdad, no teníamos contacto desde hacía algunos meses, pero mis ganas de golpearme una y otra vez con la inmensa pared que es la vida, parecía de alguna forma atraerle. Yo le atraía tal y como era.
Busqué en mis bolsillos su número, y los papeles inundaron mis manos, direcciones, teléfonos, propagandas de puteríos, de comida para llevar, etc. Pero nada, no podía encontrar el papel color azul con su nombre y su teléfono.
Y allí estaba en mi otra mano, “nocturna” decía, y el número 1232.
-´¿Qu mierda es esto...? -y recordé de qué se trataba.
La noche se hacia sentir, y yo aun no tenia un céntimo, por lo tanto, ni una gota de alcohol. Salí a caminar, me dirigía a ese lugar donde había estado horas antes, el trayecto no era largo, además me gusta mucho Capital Federal, sobre todo a esa hora pico. En la que todos salen de sus trabajos, y se dirigen a sus casas, donde alguna mujer u hombre los espera. En lugares calientes, con la cena lista. Un lugar donde aflojar la corbata y desatarse los zapatos. Un lugar para descansar.
Estuve parado frente al local, durante algunos minutos. Miraba el papel e intentaba comprender en que consistía todo aquello. Justo allí me iluminé. El número que estaba en mi papel, coincidía exactamente con el que estaba en la planilla que decia”Nocturna”. Me sentí bien, ya que el número que escogí, era el que figuraba en el primer lugar.
Un segundo después, alguien se paró a mi lado. Era un tipo mucho mayor que yo, a decir verdad, sólo tengo veinticinco años, a veces me dan mucho más. Pero este tipo superaba ampliamente cualquier edad que yo aparentase.
-¿Qué hacés? -preguntó.
-Nada, sólo miraba los números -el tipo se me acercó y frunció el seño como buscando un mejor enfoque:
-Yo te conozco a vos -dijo. Me retiré un segundo de su lado y lo observé:
-Sí, sí, yo te conozco a vos. De Ramos Mejia, en “Macarena” pusiste unos temas de Elvis en la rocola y empezaste a bailar como él.
Traté de recordar al hombre, pero bueno, como siempre no lo conseguí.
-Estuviste bárbaro, soy muy fan de Elvis.
-Gracias…-le dije.
Hice un suspiro como para llenar el espacio vacío e incómodo.
-¿Y qué vas a hacer ahora?
-Nada, ¿por? -respondí
- Vamos a tomar unos tragos.
-¿Vos invitás?
-¡Claro!
Y partimos a San Telmo. Esa noche seria “Mitos Argentinos”
-Decime una cosa, ese papel que estabas mirando ¿de qué se trata?
-Te lo explico después. ¿Tu nombre?
-Lucas. ¿Vos?
-Elvis. Encantado.

Al día siguiente desperté en el hotel de Congreso. Miré el cuarto y me percaté de unas siete cajas de vino tinto. Junto a ellas, unas bolsas de “Coto” con alimentos. No tenia idea cómo había llegado allí todo eso. Y el hecho de estar en la habitación del hotel significaba que mis problemas de alquiler habían sido resueltos. No tenía ni un centavo, y el papel con el número ganador había desaparecido.
Me recosté, miré hacia el techo con los pies cruzados, encendí un cigarrillo y consideré que yo, era un tipo con suerte.