jueves, 30 de julio de 2009

El amor en tiempos de conga.

Estaba completamente perdido en los culos de unas mujeres que bailaban justo frente a mi. Bailaban, se meneaban y saltaban dejando ver por períodos de microsegundos unas bamboleantes y bronceadas nalgas.
Subían y bajaban los brazos en coordinación. Todas se agenciaban unas formidables curvas. Reían, y bebían en vasos largos, sorbiendo poco a poco sus Bacardi, sus Fernet, sus Cuba Libre, sus Gin Tonic. Odio esos tragos.
Y bailan, gritan y beben mientras se miran las unas a las otras criticando, maldiciendo, odiando. Ya no entiendo por qué suceden las cosas.
Podría concentrarme en ese buen par de tetas, en esas piernas, podría imaginarme embistiendo a una de ellas en mi cama, sudando, rasgando nuestras ropas. Podría también dejar de imaginar y caminar a través de la pista tomando a una del brazo. “Franelear” y sumergirme entre sus risas.
Miré mi vaso y luego volví a mirarlas. Hice contacto visual con una de ellas, fue sólo un momento pero lo hubo.
Y allí comenzó, lo de siempre, lo que siempre me pasa en un lugar con mucha gente. El aburrimiento, el acostumbramiento, el asco, el cansancio, las ganas de estar solo.
¿Por qué no sólo me concentro en mirarles las tetas, el culo y punto?
No, tengo siempre la maldita costumbre de observar, de tomarme segundos de mi vida para detenerme y mirar todo lo que sucede a mi alrededor. Perder mi tiempo
¿Nunca te detuviste un segundo a observar un “boliche”? No lo recomiendo.
Como siempre, terminé mi bebida lo más rápido posible. Salí del lugar, tomé un taxi y fui a casa de Luciana que, por alguna razón, nunca me canso de observarla.

miércoles, 22 de julio de 2009

Ríos rojos, amarillos y un poco de aire.

Abrí los ojos y el techo se movía, revoloteaba, iba y venía hasta que ya no pude contenerme. Ella estaba a mi lado, durmiendo, como siempre, como todos los días.
En dirección al baño lo contuve lo más que pude, pero mi mano estaba ya húmeda sintiendo también cómo los cachetes se inflaban de líquido, llegué y lo dejé salir. El asunto salía con presión y chocaba en el inodoro regando gotas por todo el piso. Gotas rojas, vómito rojo. No quería caer, nunca quiero, pero mis piernas estaban muy débiles, “no voy a caer” pensaba. Y caí, doblegado, claudicando, vencido, de rodillas frente al puto inodoro mientras una suave sensación de calor y humedad recorrían mis pantalones. La orina embadurnó el cuarto de ese hedor a amoníaco, fuerte, y vomitivo. Claro, tuve que vomitar nuevamente sin conseguir apuntar bien al lugar correcto. Intenté levantarme pero era inútil, todo a mi alrededor era un asco. Todo, incluyéndome.
Vómito y orina coloreaban las baldosas blancas de amarillo y rojo.
La escuché:
-¿Estás bien?
-Perfectamente.
-¿Qué es ese olor?
-Nada.
Nada podía hacer yo contra todo eso, estaba herido, muy herido. Descansé un segundo en el piso e intenté levantarme nuevamente. Fue difícil, pero lo hice, abrí la ducha y me dispuse a limpiar el lugar con lavandina, un trapo de piso y agua. Lentamente, limpiándolo todo esperando a que el agua tomara la temperatura correcta para darme un baño:
-¿Estás bien?
-Perfectamente -volví a responder
Ya estaba todo impecable, el inodoro, las baldosas y yo. La verdad soy bueno limpiándolo todo.
Salí del baño en toalla dispersando prendas tiradas en el piso con el pie. No tenía recuerdos de nada, no sabía dónde había estado ni como había llegado a casa de Luciana. Levanté un paquete de cigarros sobre la mesa pero no había ni uno sólo, hice un bollo con él y lo arrojé al piso. Respiré profundo y enfoqué la vista en algo sobre la mesa que me llamó la atención. Parecía una tarjeta, metida en un plástico. La levanté, tenía mi nombre junto a un título que decía: “Gimnasio”. Puteé: “¿Para qué carajo me gasté noventa mangos en esta pelotudez?” La dejé sobre la mesa.
-¡Luciana! ¿Me devolverán la plata del gimnasio si voy con la tarjeta? -grité, pero no respondió. Para mi sorpresa, al mirar el reloj eran las 8 y 20 de la mañana. Ella dormía profundamente.
Nuevamente comencé a sentirme enfermo, no eran vómitos, era mi cuerpo. El pecho me dolía muy fuerte, al igual que el estómago. No podía dejar de mover las manos y sentía como si mi boca estuviese despedazándose. Necesitaba un trago, pero nada, la heladera estaba vacía. Es decir había cosas; comida, jugo, agua, verduras, carne, manteca, fiambres, hamburguesas, huevos, etc. Pero estaba vacía ¿se entiende? Agarré la botella de agua, hay que beber agua, Schad siempre dice que hay que beber mucha agua, yo también lo recomiendo. Podés beber toda el agua que quieras, porque si vomitás sale con ella todo lo malo y eso, es bueno.
Me sentí bien, tomé asiento en una silla y me quedé mirando la puta tarjeta del gimnasio. “Cómo me gustaría que me devolviesen los noventa pesos” y el dolor comenzó nuevamente, fuerte, como si alguien estuviese saltando sobre mi estómago con unos botines de golf. Me sentí débil otra vez, traté de llamar a Luciana pero no podía hablar.
Bebí más agua pero todo continuaba igual, di un golpe fuerte a la mesa y grité: ¡BASTA! Y ahí sucedió, la tarjeta del gimnasio cayó al suelo justo frente a mis ojos.
Lo sentí como una burla.
“¡ESTA BIEN! ¡Voy a ir al puto gimnasio…!” Y el dolor bajó considerablemente.
Me cambié, bufando, ebrio y sin mucho equilibrio. Conseguí unos pantalones de tela bastante viejos y una remera negra con la inscripción “Jackass”. Un buzo y las zapatillas viejas que siempre uso. Besé a Luciana en la frente y salí del departamento. Buenos Aires estaba muy frío pero el lugar estaba a sólo dos cuadras así que caminé, me consideré un idiota, estaba camino a un gimnasio sin saber por qué razón lo estaba haciendo. “Estoy muy ebrio, por eso estoy haciendo esto” Llegué al lugar y hablé con una recepcionista que luego me acompañó a una de esas cintas para caminar. Yo iba tras ella tratando de enfocar bien la vista para saber qué tal estaba su culo. Pero nada, tenía la vista arruinada. Encendió la máquina, me explicó cómo funcionaba y comenzó la caminata. Traté de enfocarle nuevamente el culo, pero fue inútil. No veía un carajo. Creo que ella lo notó.
A mi lado había un tipo, podía sentir su mirada, podía sentir cómo se preguntaba “¿que hace este tipo acá?” Hice un par de pasos y eructé varias veces, el olor a alcohol y vómito se sentía en todo el gimnasio. “Al carajo, me estoy recuperando”
Así que ahí estaba yo, caminando en la cinta, tendría que hacerlo durante unos veinte minutos. Veinte minutos caminando en una cinta, yo sabia perfectamente que no quería estar ahí, que no me interesaba, no me interesaba nada, ni el buen trabajo que tenía, ni la música, ni la guitarra, ni escribir, ni cantar, ni los shows, ni el gimnasio ni absolutamente nada. Yo sólo quería continuar bebiendo, chupando cerveza emborrachándome, quería continuar en ese estado por siempre, hasta el día que muriera. A veces no hace falta tener una vida miserable para no encontrarle a ésta, ningún sentido. Pero mi cuerpo ya no me estaba acompañando, el alma sí. Veintiséis años y ya no podía continuar con mi cruzada a favor de la distorsión de la realidad.
Fue extraño pero el tiempo paso rápido y el aparato marcó que los veinte minutos estaban ya cumplidos. No podía negarlo, me sentía mejor, estaba completamente sudado y los dolores habían desaparecido. “¿Podría caminar un poco más?” Así que le di otros veinte minutos más pero esta vez con un poco más de velocidad. Terminé los veinte minutos, elongué y tomé un respiro.
Estaba bien, es decir, me sentía bien y aliviado. El dolor ya no estaba y profundas caladas de aire le daban vitalidad a mis piernas y brazos. No era un mal negocio hacer esto un par de veces por semana.
Hoy, pasaron dos semanas y continúo todos los días con mis ejercicios, sin problemas y cada vez más recuperado.
¿Por qué sigo haciéndolo? Es simple, estoy poniéndome fuerte nuevamente, estoy limpiando mi cuerpo a fondo. Porque pronto continuaré embriagándome como siempre.
Es sólo que no quiero seguir vomitando sangre y meándome encima toda mi vida.

viernes, 17 de julio de 2009

El Duro

Dios mío, esta resaca es terrible. Apenas puedo moverme, nunca me había sentido de esta forma. El olor a vómito inunda todo mi ser, mi lengua se siente agria, horrible. Intento levantarme, pero el dolor es intenso y me lo impide. No puedo recordar nada, cómo llegué a casa, o siquiera dónde fue que estuve. Suele pasarme esto de olvidar lo sucedido la noche anterior, pero con el pasar de las horas, las imágenes aparecen en mi mente, cual si fueran fotografías de antaño. Pero ahora es diferente. El dolor es inaguantable, agudo, mis oídos zumban y hay un movimiento en mis manos que no reconozco. ¡Dios mio! Por favor, este dolor tiene que terminar, daría lo que fuera. No sé, ¡mi brazo derecho toma! Ahí lo tienes. Córtame el brazo derecho, pero prométeme que no habrá más dolor. Creo que voy a morir, parece una linda tarde para morir. Va a pasar mucho hasta que vengan a buscarme, hoy es domingo, creo que va a ser recién para el martes, o miércoles. O cuando mi podredumbre se sienta en todo el edificio.
Dios, Jesús, Alá o quien carajo sea ¡quiero la cuenta ya mismo! Este dolor es inaguantable
"…this is the end, my only friend the end…" ¡PUTA MADRE!
Pero no, no fallecí, todavía estoy acá. Una vez más, ¡les di por el culo! Les hice comer mierda: “Elvis, vas a terminar mal, es peligroso lo que hacés” ¡Peligroso mis pelotas!Es verdad, nunca había sentido tanto dolor en mi vida. Dolor de muelas, perdí algún amor en mi vida, rompí mi rodilla, me traicionaron varias veces. Todo eso me causó dolor, pero nunca como esa resaca. Tuve miedo, pero no a morir, más bien a que el dolor nunca terminara. DOLOR. Nos vimos las caras, El Dolor y yo. Ahora nos respetamos, Él me mostró lo que es capaz de hacer, y yo, demostré lo que soy capaz de aguantar. Sin embargo, sé que no es su máximo poder, esa resaca fue increíblemente fuerte. Pero no es el máximo dolor. Yo lo sé, y Él también lo sabe, así que su boca sonríe hacia el costado. Con confianza, pero también con incertidumbre. Porque sabe perfectamente, que no es mi máximo aguante. Ambos lo sabemos, El Dolor y yo, así que estamos esperando, atentos, agazapados, en posición de ataque. Yo, con mi cuarto vaso de whisky. Él, dejándome beber…un par más.

martes, 14 de julio de 2009

Ella y Ella

El Doctor había terminado su trabajo hacía varias horas, recostado en un sillón de pana verde, que adornaba soberbiamente una oficina de jefatura. Miraba correr lentamente las agujas de un reloj antiguo traído desde Londres. Esperaba impaciente que los minutos restantes a las seis de la tarde se desvanezcan a la velocidad única e inalterable que tiene el tiempo.Terminada la espera, y con su cuerpo todavía sobre el sillón y en posición horizontal, echó un suspiro, mezcla de alivio con frustración. Se incorporó, dio unos pasos alrededor del lugar y vio su imagen reflejada en un espejo de metro noventa por setenta centímetros:
-¿Para qué habré comprado este armatoste? -susurró mientras se acomodaba el saco y la corbata, buscando la perfecta simetría de las prendas. Al salir de la oficina, el piso estaba completamente vacío. Escritorios vacíos, computadoras apagadas. El día había terminado hacía tiempo. Era la ventaja de ser el jefe, desconectar el intercomunicador y que nadie pase llamadas. Todos en la división lo sabían, si el intercomunicador estaba apagado, el Doctor no debía ser molestado. Le pareció bien, su vida tenia algunos frutos. Apagó algunas luces, y salió con dirección al estacionamiento, un flamante BMW lo esperaba.

Los ojos le picaban, había olvidado quitarse el maquillaje de la noche anterior. Sintió que había cerrado sus ojos tan sólo diez minutos, y exaltada tomó el reloj de la mesa de luz y comprobó que fueron más de 9 horas las que había entrado en un sueño profundo, producto de varias noches en vela. El cuarto, pequeño, oscuro y frío, albergaba a una hermosa y humilde mujer, de cabello rizado, cuerpo esbelto, bien proporcionado, que no dejaba muestra en lo más mínimo del camino recorrido desde hacía varios años. Camino que pesaba demasiado, y que sólo era consentido por la necesidad de ver sonreír día a día a una hermosa hija de 8 años. Llenó un vaso de vino, se higienizó el cuerpo y comenzó la tarea de ponerse bella, algo que no le costaba mucho. Tal vez esa era la más terrible de sus desgracias. Tener ese cuerpo hermoso, como única herramienta de trabajo.

Parado mirando fijamente desde la ventana hacia fuera, estaba el Doctor, todavía con su traje. Un vaso de whisky lo acompañaba mientras sus ojos brillaban y se movían de un lado a otro. De excelente porte, pulcro, una expresión de seriedad le adornaba un cuerpo trabajado durante varias décadas y nunca descuidado. Nervioso, haciendo círculos con los peces de hielo enfocó la vista en ella, al otro lado del edificio, sentada frente al espejo con los utensilios de belleza en sus manos. Bebió un trago más, y dejó el vaso sobre un modular antiquísimo.
Sin quitar la vista de la ventana comenzó un proceso que venía repitiendo hacía varias semanas, quitándose la ropa lentamente, primero un botón, luego otro. Después los zapatos y el pantalón. Hasta quedar en ropa interior. Semidesnudo quedó parado frente a la ventana. Mirando, como ella se transformaba, mirándose, como él se transformaba también. Ambos escondidos, oscuros, ambos en el infierno.

-¿TURCO?... hoy no quiero trabajar, ya no quiero hacerlo -una lágrima, cargada de restos de delineador recorrió su rostro hasta llegar a la comisura labial.
-Está bien… -balbuceó y colgó ante la rotunda negativa.
Ya no era dueña de sí misma, ella tenía dueño, y no era un amor, nunca sería un amor, era propiedad de "El Turco", y de nadie más. La ropa sobre la cama, lista, limpia, ella también limpia, ya no había nada que hacer. Sólo trabajar la calle. Con los hombres en busca de carne, sin sueños, sin amor. Sólo carne, por unos pesos y unos minutos. Pensó en Dios, y quedó convencida que Dios la había olvidado, el vil metal estaba primero dejando a Dios rezagado tras los placeres mundanos del mundo en el que vivimos. Sin lugar a dudas, Dios la había olvidado. La tenue luz dejó ver que ella se estaba cambiando, El Doctor decidió nuevamente que dejaría de ser Doctor, por un tiempo. Y así, poniendo al descubierto el aprendizaje de varios días expectante frente a la ventana, copiando como era que una mujer se hacia realmente mujer emprendió la tarea de tirar por el piso toda su dignidad, frustrado por todo aquello que jamás podría ser…una verdadera mujer.
El labial trazó una línea color rojo fuerte en sus labios, los párpados se oscurecieron, y las mejillas quedaron empolvadas de rubor. El vestido tapó aquel cuerpo de hombre y una peluca culminó la metamorfosis. Él ya era Ella, sirvió otro vaso de whisky, la suerte estaba echada. Enfocó la vista en la ventana, y observó que la puta había desaparecido, un sentimiento de incertidumbre lo embadurnó por completo, salió del apartamento, desesperado, con caminar inexperto por los tacos que jamás había usado. El frío le puso la piel de gallina, en la vereda, logró ver que ella se alejaba sólo unos metros:
-¡Ey! Espera, ¡no te vayas! -la puta se detuvo, sin entender mucho. El doctor, ebrio, apestando a alcohol y perfume de mujer, la tomó del hombro. Ella con los ojos abiertos, impresionada, logró reconocerlo; era El Doctor. Incrédula, no emitió sonido alguno. Agitado, con lágrimas en los ojos, se tomó las faldas del vestido y jugó un segundo con él entre sus manos:
-Cuando ya no tengas ganas de hacerlo, avísame, yo iré.
Inmóviles, ambos se miraron, ya no había nada para decir, ya no quedaba nada. El doctor dio media vuelta y se marchó, ella hizo lo mismo. Al llegar al departamento sonó el teléfono:
-Doctor Andretti, mañana es la reunión de la junta directiva, sólo llamé para recordarle, disculpe la hora.
Ya sin peluca, con restos de maquillaje, Andretti lloró toda la noche sentado al borde de su cama.
La vida nos pone en los lugares equivocados.

viernes, 10 de julio de 2009

Toda la razón del mundo

Corría el año 1973. En el bar, la cosa estaba como todos los días. Yo ocupé mi asiento, pedí una cerveza y miré alrededor. Los muchachos y las discusiones eran las de siempre: política, economía, religión, música; la lista puede ser interminable. A veces era entretenido escucharlos, hasta se podía aprender bastante. Aun a mis 26 años, sabía que me faltaba mucho por escuchar. No obstante, también podía ser tedioso, y las peleas no tardaban en llegar. Obvio, era un típico bar.
Entre todos esos filósofos, poetas, políticos y hombres de dios, estaba Don Carlos. Un hombre de misteriosa personalidad. Nunca se sentaba junto a los demás, bebía en una mesa aparte, y sólo se paraba para corregir algún dato histórico erróneo, o para dar su opinión que, a mi parecer, era siempre muy acertada. Luego de tales acciones, simplemente volvía a su mesa y seguía bebiendo, esperando paciente el dato histórico erróneo, sólo para explicar, y corregir.Era un hombre de avanzada edad, creo que tendría unos 70 años, de cara arrugada, delgado, manos huesudas; sostenía siempre un cigarrillo cuya ceniza nunca caía. Sentado en su silla, cruzado piernas, bebía inconmensurables cantidades de alcohol. Yo lo observaba y divisaba movimientos en sus labios, como planificando cada palabra, cada frase que estuviera por decir. Cada una de las mismas eran asombrosas, quedábamos todos consternados y maravillados de tamaña inteligencia. Jamás se le escapaba una fecha histórica, y sus argumentos desde lo económico a lo religioso eran realmente irrefutables. Jamás iniciaba una conversación, el sólo intervenía, para aplacar las dudas, o terminar con absurdos dichos de borrachos intelectuales. A veces yo mismo tenía charlas con él, pero me era imposible seguirle el ritmo; sinceramente, tenia toda la razón del mundo. En ocasiones llegué a pensar que era una especie de Mesías, que había llegado a este mundo a advertirnos y salvarnos de todo aquello que estábamos haciendo realmente mal. Un Mesías, tentado y vencido por los vicios terrenales, como el alcohol, las mujeres, las drogas, etc; y sabiendo que su tarea no iba a ser cumplida, como se le había encomendado. Trataba por todos los medios de llevar a unos pocos por el camino de la claridad. No lo sé, tal vez era sólo un borracho más del barrio. Cierto día, a pesar del crudo invierno, la cosa en el bar estaba realmente candente: el tercer mandato de Perón generó una serie de discusiones a favor y en contra. Algunos aliviados, otros ofuscados por la noticia. Yo ya estaba bastante ebrio esa vez y trataba de comprender cuál era el punto de discusión, o al menos intentaba crear alguno que resultara interesante mencionar. En un momento, escuché a Don Carlos toser fuertemente, seguido de escupitajos que acompañaban un color rojo intenso:
-¡Epa Don Carlos! ¿Qué anda pasando? -le dije, en tono de dar ánimos.
- Ya no me queda mucho pibe, ayer estub… -de pronto, interrumpió su frase. Algo de la conversación que mantenían los demás lo alertó. Me miró, sus ojos estaban colorados y se podía distinguir cada uno de los vasos sanguíneos que los recorrían.
-¡Señores! -exclamó , incorporándose de su silla y dejando a un lado su vaso medio lleno de cerveza.
-¡Les voy a explicar algo! La tercera presidencia de Perón significará lo siguiente…-y allí sucedió. Dio una explicación, político-económico-social impecable. Durante unas 2 hs, nos dio una premonición de todo lo que ocurriría en caso de que todo tuviese un giro inesperado. Y también, algunas recomendaciones sobre cómo manejar aquella situación. Algunos de nosotros hacíamos preguntas, cuyas respuestas eran precisas, y no daban lugar a otra pregunta.
Al terminar, Don Carlos tosió un poco, y volvió a su mesa. Entre los borrachos nos miramos, y de pronto alguien dijo:
-Bueno, igual yo no creo que vaya a volver una dictadura Militar -y la discusión comenzó nuevamente. Don Carlos suspiró e hizo un movimiento de negación con la cabeza. Parecía que tanta explicación y tanto conocimiento no habían funcionado para nada, creo que se sintió frustrado:
-Me queda poco pibe -dijo mientras se sentaba.
-Jefe, no pasa nada. Además, UD. es un hombre muy sabio, seguro no le teme a la muerte. Yo siempre le encuentro razón a todo lo que UD dice -sorbí un trago de cerveza y encendí un cigarrillo. Con una seña, me pidió fuego:
-Sabés lo que pasa pibe, la verdad es esta- aquello que me dijera Don Carlos, marcaría mi vida, hasta el final de mis días.
-…Moriré con toda la razón del mundo, y sólo les quedara un mundo sin razón…
Tomé mi cerveza de un trago, me levanté, hice señas al cantinero para que anotara todo en mí ya roja cuenta corriente. Le di una palmada en el hombro al viejo sabio y me dispuse a marchar.
-Chau jefe…- el sólo levantó su mano, y se quedó sentado en la penumbra de aquel bar, nuestro bar. Las cosas suceden por algo, y ese algo fue a lo que me aferré durante todos los años siguientes de mi vida. Después de esa noche, Don Carlos nunca más volvió; murió afuera del bar, congelado. El entierro fue tranquilo, sólo unos pocos lo despedimos. Nunca se supo nada de él, ni siquiera como fue que llegó al lugar, hacía ya varias lunas.
Lo cierto es que Perón murió, e Isabel quedó al mando, la cual fue derrocada al poco tiempo. Una junta militar se hizo cargo del gobierno y más de 30.000 personas desaparecieron. Ganamos dos mundiales, y perdimos una guerra. El mundo vivía una época de guerra fría, y el comunismo agonizaba solo en pocos países. Recuperamos nuestra democracia, y comenzamos a perder identidad. Alguien nos hizo creer que estábamos en el primer mundo, y el primer mundo miraba atónito como se estrellaban dos aviones en sus entrañas. Esas son sólo unas pocas cosas de las tantas que podría mencionar. Cosas que el mismo Don Carlos había explicado tantas veces. Pero creo que él no se dio cuenta, sólo éramos una parva de borrachos. Yo continué en el mismo bar durante muchos años, bebiendo y pensando en las palabras de aquel personaje. El viejo había muerto, y era cierto, se había llevado consigo toda la razón del mundo.
Una tarde, bebí mi último trago de cerveza, y fallecí sobre la barra del bar, como siempre lo quise.

Vagabundo


-Pibe, levantate, no podés dormir acá.
-Uh…
Siempre lo dije, Bulnes es la mejor y más acogedora de las estaciones de subte. En invierno no se mete mucho frío, y si llueve, sólo algunas gotas pueden mojarte. Pero si sos precavido y llevás una buena campera, pasarás una noche, medianamente seco.
Cuando era pibe, recuerdo temerle mucho a ese tipo de cosas. Al hecho de no tener un lugar para dormir, no tener comida, pasar frío, estar completamente solo.
Miraba con angustia a los chicos de la calle, y le pedía a “Dios” que nunca me pase algo así.
Hoy, el hambre, el frío y las veredas se han hecho parte de mí. Lo cierto es que tengo trabajo, una cama, pero el problema es que me embriago tanto que a veces tengo que dormir en algún lugar ya que no tengo las monedas necesarias para tomarme el 24 y llegar a casa. Mucho menos ganas de caminar, por lo tanto, las plazas y las estaciones de subte se han transformado en mis albergues.
Cuando despierto (o me despiertan) en una entrada de departamento, miro el lugar e intento saber donde estoy.
El estómago vacío, la resaca y el dolor de espalda se hacen sentir bastante, así que camino un poco, preguntándome: ¿estoy bien? ¿estoy realmente bien?
Cuando descubro que no necesito nada excepto una guitarra, un papel y un lápiz, cuando decido que los últimos 50 pesos que tengo a mediados de mes serán destinados a unas botellas de vino y cerveza, cuando apago el maldito aparato celular durante días, descubro mi otra vocación: vago.
Es verdad, tal vez, yo no sea un vagabundo, mi situación es bastante diferente, no hay punto de comparación. Las adversidades las provoco yo, y no por una cuestión de autoflagelación, más bien es por la innegable verdad que soy un amante de la “joda”. No mido ni por un segundo si mañana no tendré un centavo. Caminaré, dormiré por ahí, comeré algo que me regale alguien.
Soy sincero cuando digo que hubiese sido un buen vagabundo, porque hay una máxima que siempre me repito:
“…a veces pienso que la vida da muchas oportunidades, a las que veo pasar sin pestañear, mientras me tomo un trago…”.

jueves, 9 de julio de 2009

Vejez

-¿Qué viene después? -pregunto.
-¿Después de qué?
-Después de todo este whisky, de toda esta risa, de las putas, de tus canciones, del arroz con pollo, la grasa, la mesa, el portero. Después de mí ¡de todo esto! ¿Qué sigue?
-No sé, supongo que morir. Che… ¿Te diste cuenta?
-¿De qué…?
-¿Es que no lo ves? Mirá mis manos; las veo envejecer por segundos. Veo como mi piel muere ¡puedo verlo!
-¿Te ves envejecer?
-Así es…
-Estás hablando una sarta de pelotudeces.
-¡No, no! De verdad, creeme. También a vos te veo envejecer, ya tenés pliegues en la frente y patas de gallo. ¡Se te está cayendo el culo!
-¡Mi culo no se está cayendo! Estás borracho o drogado o completamente loco. Me da igual, sólo quiero que me des un poco de dinero.
-¡Ni en pedo! No tengo nada… ¡hace días que no como!
-Dale, si te la chupo ¿me das algo?
-¡NO! Te dije que no tengo. Mis manos, mi cara ¡estoy envejeciendo!
-¡La puta que te parió! TENÉS 24 AÑOS, no estás envejeciendo, sólo estás muy borracho
-Pero yo me siento viejo.
-Mirá, si no me das algo de plata ¡te clavo este cuchillo en la garganta!
-NO ¡Por favor! Acá tenés 20 mangos, es lo único. Te lo prometo, voy a ser bueno.
-Así está mejor. Ahora vuelvo, voy a comprar cerveza.
...
-Pensé que nunca volverías.
-Yo también. Tomá, te traje unas galletitas.
-¡Gracias! Sos muy buena conmigo; gracias por cuidarme.
-¿Sabés cuál es el problema Elvis?
-No.
-Te estás poniendo viejo… jejeje.
-¡CARAJO!... ¡LO SABIA!
-…
P/D: Podría estar volviéndome loco ¡pero es que se siente tan bien!
 

martes, 7 de julio de 2009

K.O. En la barra


k.o. en la barra

La bebida puede encontrarte con muchas personas y lugares diferentes; en cuanto a las personas, generalmente son mujeres, y en cuanto a lugares, casi siempre es un bar de mala muerte. Pero tengo presente la combinación de dos cosas, alcohol y mujeres. Me gustan las mujeres que beben. Por la tarde me encontraba en casa, estaba en período de componer alguna canción. Sonó el teléfono, era Carla:
-¡Hola Elvis! Nos juntamos en el bar con las chicas esta noche. ¡Venite!
-Ahí estaré. Chau linda.
Carla era una amiga desde hace algún tiempo, no era muy bonita, pero tenía una simpatía que atraía. Casi siempre contaba sus historias acompañada de “estaba tan borracha que…” o “iba por la séptima cerveza cuando…”, etc.
La verdad nunca había bebido con ella, la encontraba por los bares y siempre estaba ebria. Se abalanzaba sobre mí jactándose de todo lo que había consumido. Yo sólo reía y le daba mis felicitaciones. Esperaba mi aprobación, y me preguntaba cuánto había bebido esa noche. Algo parecido a una competencia. Yo no le daba importancia, además, cuanto más borracha estaba, mas rápido nos íbamos a mi departamento.
Ya en el bar, éramos 4 personas y tres cadáveres de Quilmes en la mesa. Entre risas, cigarrillos, anécdotas y escotes, Carla pidió otra cerveza.
-Che ¡no te vas a poner en pedo hoy Carla eh!- le recomendó una colega.
-¿Yo? Puedo tomar 4 ó 5 más seguro -contestó después de haberse bajado de un fondo su vaso.
-No es necesario que tomes tanto, no tenés que ganarme -dije en voz baja.
El comentario había herido su orgullo, pero no me preocupé, miré a otro lado y seguí bebiendo.
-¿Ganarte? ¿Y quién te quiere ganar? ¿Te pensás que tomás más que yo? –me dijo casi levantándose de la mesa.
-Así lo creo –contesté.
La verdad, no se por qué lo hice, no soy un tipo arrogante, pero a veces necesito poner a la gente en su lugar. Y, realmente, yo no creía que Carla tuviese un lugar de bebedora. Más bien parecía una chiflada que pisaba una chapita y se emborrachaba, justificando así las estupideces que decía o hacía. No podía permitirlo, la cerveza no es para cualquiera. Quedó un poco enojada, y no cruzamos más palabras por algún periodo de la noche. Decidimos irnos del lugar hacia un local bailable.
Parado junto a la barra, me tomaron del hombro:
-Vení, vamos a tomar algo -era Carla.
-Me parece bien, ¿cerveza? -le dije.
-Sin lugar a dudas -y me sonrió.
Terminé de un sorbo la que tenia en la mano y pedimos dos Quilmes.
-Sabés algo Elvis, me gustabas un montón, hace tiempo. Al principio, cuando llegaste a Trelew, eras lindo, siempre bien vestido, con una mujer distinta de tu mano casi todas las noches.
Me hizo reír un poco.
-Mis amigas hablaban de vos, y de tu amigo, siempre juntos, como si fueran dueños de la noche, nos gustaban, pero los veíamos tan fuera de nuestro alcance...
Ese tipo de “halagos” me ponían nervioso, yo sabía a dónde quería llegar, y no se hizo esperar mucho:
-Pero ahora, ¡ja! Estás bebiendo con nosotras, gordo, siempre borracho, sin ningún futuro. Vas a morir en este pueblo dejando embarazada a alguna boludita, y de remisero; uno más que se durmió en los laureles, ¡jajajajaja! –reía con ganas, de verdad con ganas. “Jajajajajaja” de repente, se tambaleó un poco, lo vi en su mirada, se veía mareada. El lugar estaba repleto, y no había mucho aire para respirar; no obstante, me acerqué a su oído, procuré que me oyera bien:
-Carla…¿te das cuenta? ya terminé mi cerveza, y vos ni siquiera vas por la mitad- sonreí
Ella se tomó la boca con la mano, vomitó y cayó al suelo. El rival había sido destruido, Elvis era el ganador. Pedí otra cerveza, y me quedé bebiendo sintiendome muy bien.