sábado, 3 de abril de 2010

Mi Suerte

Un tipo en el bar la noche anterior me había contado que sólo invirtió un peso cincuenta, y que al otro día, consiguió un poco más de cien pavos.
-¿Y cómo lo hiciste cabrón?
-Te lo digo Elvis, fui a la agencia que está en Montevideo y Perón, y le jugué a la cabeza.
-¿A la cabeza de quién?
-Uff… no te puedo explicar ahora.
-Bueno no importa, el caso es que tenés cien mangos más.
Así que dejé de preocuparme por ello y seguí brindando a la salud de mi amigo, y de su bolsillo, cien pesos más lleno.
La mañana me encontró en la puerta del hotel donde vivía en Congreso. Conseguí levantarme y llamé a la puerta:
-¡Ey! Tengo que entrar, me estoy meando y tengo frío.
-¡Pague el alquiler señor Valdivia o váyase!
Puta madre, estaba en problemas. Casi sin dinero, sin casa, sin bebida, sin mujeres. Le hice una seña con el dedo al encargado y salí a caminar. La cuidad estaba rara, se sentía una inusual carga en el aire, los autos producían ruidos extraños, que yo desconocía.
El olor a subte era mucho más fuerte que de costumbre, y a la vista, ni un sólo bar abierto; o, al menos, ni uno que represente la posibilidad de embriagarme con algo más de diez pesos. Pregunté la hora a un tipo de saco y corbata:
-Las 12:32 -respondió.
Lo puteé.
-¿Por qué no me dice “doce y media”?
Ni hablar, tomé dirección a “los chinos” a comprar vino en caja, del más barato. En el trayecto, crucé con el lugar que me había mencionado aquel tipo; si, el del bar. Entré. Un hombre realmente grandote salió a atender:
-¿Que necesita?
-Necesito cien pesos.
-Ud. necesita un baño señor. Por favor retírese del lugar.
El maldito me hizo encabronar. Metí las manos en los bolsillos y saqué un bollo de billetes, sonaron también algunas monedas:
-¡He dicho que se me atienda!- dije mientras soltaba mi pequeña fortuna sobre el mostrador. El tipo tomó el dinero, lo contó y me miró a los ojos:
- Bien, ¿y a cuál desea Ud. jugar? ¿Matutina, vespertina o nocturna? ¿Nacional o provincial?
Sabia como llenarme las pelotas.
-Que se partan en mi cabeza todas las botellas que bebí en mi vida si no elijo la nocturna, y por lo demás, está en tus manos. ¡Ahora, rápido que tengo cosas que hacer!
El tipo apretó unas teclas, y luego hizo otra pregunta más:
-¿Número?
-¿Número de qué?
-Ud. tiene que elegir un número.
-¡No sé qué numero!
-Diga un número.
-¿Cualquiera? ¿El que yo quiera?
-Sí señor.
-Mmmmm, elijo el 1232.
El grandote aquel apretó unos botones más, escuché unos ruidos, seguidos de un último clic que daba salida a un papel blanco. Me lo entregó.
-¡Qué carajo! ¿Y mis cien pesos?
-Conserve el papel señor, y no vuelva por acá.
Lo último, lo dijo bien cerca de mi cara, y como dije antes, el tipo era grandote.
Esta vez estaba jodido, y mis ganas de beber aumentaban aun más con el pasar de los minutos. Viendo que la cosa no mejoraría decidí acostarme a dormir una siesta en Plaza de Mayo. Mendigué un cigarrillo por ahí, y cerré los ojos mirando una hermosa mujer disfrutar su sandwich de pollo, hasta quedar completamente dormido, con hambre y con ganas de beber.
El frío, fue lo que me despertó. Temblaba. Y al no tener medias, mis tobillos estaban congelados. Apenas podía moverlos. Tenía que resolverlo, no podía estar en esta situación, así que decidí llamar, por cobrar, a un viejo amor. Sentía con toda seguridad que ella podría cuidarme. La verdad, no teníamos contacto desde hacía algunos meses, pero mis ganas de golpearme una y otra vez con la inmensa pared que es la vida, parecía de alguna forma atraerle. Yo le atraía tal y como era.
Busqué en mis bolsillos su número, y los papeles inundaron mis manos, direcciones, teléfonos, propagandas de puteríos, de comida para llevar, etc. Pero nada, no podía encontrar el papel color azul con su nombre y su teléfono.
Y allí estaba en mi otra mano, “nocturna” decía, y el número 1232.
-´¿Qu mierda es esto...? -y recordé de qué se trataba.
La noche se hacia sentir, y yo aun no tenia un céntimo, por lo tanto, ni una gota de alcohol. Salí a caminar, me dirigía a ese lugar donde había estado horas antes, el trayecto no era largo, además me gusta mucho Capital Federal, sobre todo a esa hora pico. En la que todos salen de sus trabajos, y se dirigen a sus casas, donde alguna mujer u hombre los espera. En lugares calientes, con la cena lista. Un lugar donde aflojar la corbata y desatarse los zapatos. Un lugar para descansar.
Estuve parado frente al local, durante algunos minutos. Miraba el papel e intentaba comprender en que consistía todo aquello. Justo allí me iluminé. El número que estaba en mi papel, coincidía exactamente con el que estaba en la planilla que decia”Nocturna”. Me sentí bien, ya que el número que escogí, era el que figuraba en el primer lugar.
Un segundo después, alguien se paró a mi lado. Era un tipo mucho mayor que yo, a decir verdad, sólo tengo veinticinco años, a veces me dan mucho más. Pero este tipo superaba ampliamente cualquier edad que yo aparentase.
-¿Qué hacés? -preguntó.
-Nada, sólo miraba los números -el tipo se me acercó y frunció el seño como buscando un mejor enfoque:
-Yo te conozco a vos -dijo. Me retiré un segundo de su lado y lo observé:
-Sí, sí, yo te conozco a vos. De Ramos Mejia, en “Macarena” pusiste unos temas de Elvis en la rocola y empezaste a bailar como él.
Traté de recordar al hombre, pero bueno, como siempre no lo conseguí.
-Estuviste bárbaro, soy muy fan de Elvis.
-Gracias…-le dije.
Hice un suspiro como para llenar el espacio vacío e incómodo.
-¿Y qué vas a hacer ahora?
-Nada, ¿por? -respondí
- Vamos a tomar unos tragos.
-¿Vos invitás?
-¡Claro!
Y partimos a San Telmo. Esa noche seria “Mitos Argentinos”
-Decime una cosa, ese papel que estabas mirando ¿de qué se trata?
-Te lo explico después. ¿Tu nombre?
-Lucas. ¿Vos?
-Elvis. Encantado.

Al día siguiente desperté en el hotel de Congreso. Miré el cuarto y me percaté de unas siete cajas de vino tinto. Junto a ellas, unas bolsas de “Coto” con alimentos. No tenia idea cómo había llegado allí todo eso. Y el hecho de estar en la habitación del hotel significaba que mis problemas de alquiler habían sido resueltos. No tenía ni un centavo, y el papel con el número ganador había desaparecido.
Me recosté, miré hacia el techo con los pies cruzados, encendí un cigarrillo y consideré que yo, era un tipo con suerte.

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