jueves, 3 de diciembre de 2009

El fin...de semana

Podía oír el taladro, algo estaban arreglando a unos metros del departamento. La alfombra estaba áspera, me picaba la cara. Lo duro del suelo me hizo tomar la decisión de levantarme. Rogaba que sean, por lo menos, las cuatro de la tarde.
Eran las once y media de la mañana. Siempre me pasa lo mismo, cuanto más ebrio estoy más temprano me despierto, es como si mi cuerpo quisiera hacerme sentir la excesiva cantidad que bebo, y no me deja descansar.
Traté de recordar algo de la noche anterior y las imágenes comenzaron a llegar.
Me veía fuera del edificio de A.F.I.P. terminando mi jornada laboral. Camisa, pantalón, zapatos, y una mochila colgando de mi hombro. Perdía la batalla con el sistema. Esperaba a un compañero de trabajo, con el que iríamos a comer algo antes de asistir a un recital de un par de bandas de Trelew, en un pub céntrico de capital.
Hacía un par de días que no bebía, comencé lo más rápido posible.
Mi compañero me abandonó por cuestiones personales a eso de las nueve de la noche. Ya no se encuentran buenos bebedores, extraño a Hank.
Continué bebiendo solo, en un bar. El recital comenzaría 21:30, tenía un par de minutos.
Ya en el pub, la banda estaba tocando. No se oía muy bien, pero el show era correcto.
Había mucha gente conocida, los saludos no se hicieron esperar. Abrazos, y sorpresas para aquellos que no veía hacia mucho tiempo. No obstante, traté de mantenerme alejado y beber solo, no era una noche sociable. Estaba un poco irritado, me sentía cansado, los viajes en subte eran agotadores, las expresiones de los pasajeros eran agobiantes. Todos se veían derrotados y sin esperanza.
Alguien armó un “porro” por ahí. Me invitaron y di un par de caladas, el sueño se hizo más intenso.
Me decidí por la “coca” para despertarme un poco. Aspiré una línea; en realidad fueron dos.
Mis sentidos se agudizaron y seguí bebiendo, la verdad es que las drogas no son habituales en mi vida, siempre elijo el alcohol. Pero el cansancio era intenso y debía despertarme con algo.
La vi al otro lado de la barra, di un trago largo a mi cerveza y me acerqué.
-¿Sos de Trelew? -le dije.
-No, de Madryn -miró la mochila que colgaba de mi hombro.
-¿Te puedo invitar algo?
-No gracias, ya tengo -ante la negativa, sorbí la cerveza y me quede escuchando al grupo. Tocaban una canción que me agradaba.
-¿Y vos? -me dijo codeándome -¿de dónde sos?
-De Trelew, hace pocos días que vivo acá -la banda dejó de importarme, su escote cobró relevancia en la noche.
-¿Tu nombre? -me dijo mientras tomaba mi cerveza.
-Elvis, ¿vos?
-Sofía, también hace poco que vivo acá. Estoy estudiando, ¿a qué te dedicás? ¿O a qué viniste a Bs. As.? -me molestan las preguntas a esas alturas de la noche, así que fui rápido para responder.
-A nada, bueno sí, me gusta la música.
Pensé que lo había arruinado, pero no fue así, me sonrió. Era una rubia muy linda, de ojos marrones, piel blanca y nariz respingada, muy buenas curvas.
Tras algunos minutos de charla, comenzamos a besarnos, el recital terminó, intercambiamos teléfonos, y nos despedimos.
El cantante de la banda se acercó
-Che, Elvis, ¿salimos de "conga"?
Con mi afirmación, también se borró mi memoria por esa noche.

Sentado en mi cama, abrí una Quilmes para aplacar el dolor de cabeza. Salí al balcón y me senté a beber.
Era domingo, y ya se escuchaban los bombos del partido de la fecha, cabe destacar que vivo atrás de la cancha de Ferrocarril Oeste. Pensé en muchas cosas, pensé en mi “carrera” como músico, pensé en mi familia, en mi nuevo trabajo, en esta nueva vida. Pensé en el amor, lo cual me hizo recordar a Cilla y mi deducción fue que no estoy hecho para el amor. Al menos por estos días.
Bebí un trago más, y observe la botella, siempre conmigo, siempre a mi lado.
-Nunca me faltes -susurré, y me quedé dormido en el sillón del balcón.

Humo Azul

Salí a tomar un poco de aire, la música estaba bastante fuerte y el olor del bar era nauseabundo.
Afuera el clima era cálido. Encendí un cigarrillo. El cielo despejado dejaba ver todas y cada una de las estrellas del firmamento. Di una calada profunda al pucho y pensé en ella.
Ebrio, recordé su sonrisa, sus manos, su voz, sus ojos, su pelo entre mis dedos, la piel blanca; conocía cada uno de los lunares de su cuerpo. Me imaginé acariciándola, riendo juntos, besándonos.
Sonreí, y una lágrima recorrió mi cara.
-Te amo -logré balbucear.
De pronto la puerta del bar se abrió:
-Che, León ¡Vení que Ángela se está poniendo en bolas, y nos va a "tirar la goma" a todos!
Sobre mi hombro contesté:
-Ahora voy…
Tenía que volver a la noche, al alcohol, a las putas, a los asquerosos baños, los vómitos, los borrachos, las veredas y resacas.
No pensaría en ella, al menos por un tiempo.
Terminé el cigarrillo con otra gran pitada y observé el humo azul, abrí la puerta, alguien salió al tiempo que yo entré:
-Que no decaiga, amigo -le dije
-¡Andá a cagar! -y me hizo una seña con el dedo.
Al entrar alguien me tomó del hombro:
-¡Tu turno Elvis! -y me prendí a la fiesta.
El frío de la vereda me despertó, la resaca era terrible. Palpé mi bolsillo, tenía algunas monedas.
-Mierda, ¿dónde está la línea A?

Tal vez necesite un ángel

Doy vueltas en mi cama,
toco un poco la guitarra.
La soledad se queda conmigo,
hace tiempo está conmigo.

Camino por el cuarto,
hablo solo y escribo este poema.
Miro sus fotos, miro mis fotos.
Estoy sudando.

Y pienso en mujeres,
música, Bukowski,
y muerte.
De pronto estoy asustado, tengo miedo.

Miedo...y frío.
Tal vez, necesite un Ángel,
o tal vez, necesite un trago.

martes, 1 de diciembre de 2009

Libreta en Blanco

Al entrar, las luces no dejaban ver mucho. Mis ojos tuvieron que acostumbrarse por unos segundos. Pude enfocar la barra y un tipo me miraba fijo. No había más de 6 ó 7 personas en el lugar.
-¿Qué va a tomar?
-Cerveza.
-Diez.
Pagué y me senté en un sitio alejado. Tranquilo.
Andaba siempre con una libreta y una lapicera que recogían algunos de los pensamientos más profundos de mi vida. Escribí en ella una frase que tenía en mente,
y la taché fuerte mientras sorbía otro trago de cerveza. Lo intenté otra vez, y volví a tachar. Era una lucha, una pelea de esas que relata Chinaski. Me llevé una mano a la frente para secarme el sudor y apoyé nuevamente la punta del bolígrafo en el blanco papel, pero nada. No había nada para decir. Todo estaba dejando de tener significado, y se estaba haciendo difícil intentar encontrarle alguno. La inspiración comenzaba a desaparecer, poco a poco. Hundiéndome segundo a segundo en el arroyo de las experiencias vividas. Levanté la vista, con temor a lo que pudiera ver, y la cosa no era agradable: el bar se había llenado. La gente reía, charlaba, bebía, se comunicaban. Ellas, hermosas, sonrientes, lindos ojos, lindas tetas, lindos culos; y ellos, bien vestidos, perfumados, con billeteras y dinero en ellas; y yo alejado de todo ello, y con sólo unos pesos para cuatro pintas más. Nada.
El papel continuó en blanco, la lapicera al costado y la cerveza terminada. Amagué a pedir otra, pero no, era hora de irme. A ningún lado, sólo irme sabiendo que no era una buena noche, no había paz, no había mujeres, no había escritos.
Camino a casa, un vagabundo acomodaba cartones y se preparaba para descansar en la puerta de un quiosco. No tenía mucho dinero, pero sabía que podía comprar al menos dos de a litro. Las conseguí junto a un paquete de Marlboro diez. Le dejé unas monedas al vagabundo.
Caminé rumbo a Plaza Congreso, mientras observaba los autos, los colectivos, la gente dentro de ellos. “Enlatados”, pensé. Llegué a la plaza y comencé a beber, lentamente, justo frente al edificio Congreso. La gente de la calle estaba preparada para dormir, todos vagabundos, sin futuro, mucho menos pasado. Terminé la segunda cerveza y la noche enfrió. Encendí un cigarrillo y me acomodé para dormir en el banco. Mientras, mi libreta continuaba en blanco, y yo, sin futuro y mucho menos pasado; como me gusta estar.

Ángeles de febrero

Mientras escucho a Mozart y escribo un cuento,
detengo el bolígrafo un segundo, y lo percibo:
la soledad, la música, el alcohol. Palabras solitarias.
Me hace bien la soledad,
ojalá durase para toda la vida.

Sueño un paraíso, con papeles en blanco,
miles de lapiceras, miles de litros de cerveza y whisky,
y mucho espacio, completamente vacío.
Me veo sentado esperando al 19 de Febrero,
y miles de mujeres aparecen, flotando como ángeles.
Todas ellas repitiendo una y otra vez “te amo”.

Todos juntos reímos, nos amamos, bebemos.
Escribo un poema para cada una de ellas.
Miles de poemas, todos diferentes.
Lloramos, nos abrazamos, hasta que el día llega a su ocaso.

Y quedo solo nuevamente, en la inmensidad de este espacio.
Con los miles de papeles, las miles de lapiceras,
los miles de litros de whisky y cerveza.
Embriagándome de por vida esperando a que lleguen nuevamente
los ángeles de febrero.

Perdido

Alguien me dijo una vez: “estás perdido León”. No supe qué responder.
En realidad no me siento para nada perdido.
Uno se pierde cuando no encuentra el lugar al que quiere llegar.
“Uh, me perdí ¿Cómo llego a X lugar?”.
Yo, simplemente no quiero llegar a ningún lugar, ni a nada
y mucho menos a nadie.

Estoy bien así, sin nada material a excepción de mis guitarras,
decidiendo el transcurso de mi vida por medio de impulsos.
Sin tener que deber a nadie, sin tener que cobrar a nadie,
sin tener que escuchar a nadie, sin tener que sonreír a nadie,
sin tener que amar a nadie.

Solo, así es como me gusta estar.
Transcurrir en esas borracheras interminables, despertado por el frío del cemento
y las manos de putas y travestís como buitres,
esperando encontrar en mis bolsillos algún dinero para robar.
Borracheras, consideradas autodestructivas, sin sentido y de tintes suicidas.

El suicidio es algo que nunca consideré, estando ebrio.
En fin, no creo estar perdido, porque no tengo nada que perder.

La reina del bar

Quedamos bien y me dejó tomar.
No la vi venir, no hice mi reverencia.
No le importó.
Células muertas marrón claro en su cabeza.
El pequeño gorrión se acercó,
ella tomó mi mano:
-Siempre voy a estar triste -chillé.
No me escuchó.

Le hablé, como hablan los gorriones,
pero no, ella no habla como gorrión,
y yo no sé otra forma de decirle cosas.
Tal vez me quede en una jaula,
descansando en su regazo,
y la reina me mirará de vez en cuando,
y yo trataré de decirle cosas, como gorrión:
-¡Hey! ¡Acá estoy, necesito alpiste, y un beso!
Y la reina va a sonreír, sin entender una palabra.

La cerveza será demasiada, el mundo será demasiado,
y los gorriones volarán al sur, no quedará nadie para hablar.
Desde las alturas La Reina estará lejos,
el bar será demolido,
mi jaula estará sucia, como antes, como siempre.

Quedamos bien, y me dejó tomar.
No la vi venir, tampoco la veré irse.
La Reina del bar,
no la vi venir, ni por un segundo.

Corazón abierto

No alcancé a fijarme en los ojos, el sol de la tarde producía un “achique” en sus párpados, pero me gustó. Me gustan los ojos “achicados”, apenas abiertos, las pestañas haciendo de cortina, dejando ver sólo un poco de esas pupilas, que suponen un color claro, pero no se sabe.
Llevaba una remera verde manzana, un collar de pelotas color madera, algunas pulseras, el escote era bueno, siempre fui un hombre de escote.
Una pollera blanca que llegaba hasta los tobillos, adornada con volados y un transparente revelador, sugestivo. Se veía bien, ordenada, limpia, brillante, querría una mujer así a mi lado. Pero paso…

Me molestó su presencia después del sexo; ella estaba vacía, yo también.
-Hay algo que no está bien -le dije mientras se vestía.
-¿Qué te pasa?
-Hay algo que me falta…
-…
Se levantó y se dirigió a la puerta.
-Che, me voy con los chicos -y se fue.
Ver a esa mujer a la tarde, caminar frente a mi, detonó una soledad que hacía años no sentía. Y ya no tenía respuesta de las compañeras de ocasión, de minutos, de marihuana, de cerveza, de risas.
Introducida en mí, mezclada y batida fuertemente en un cóctel de vacío y depresión, la maldita soledad estaba poniendo al descubierto todo aquello a lo que siempre le di la espalda. El compromiso, el lugar fijo, la salud, la responsabilidad, el amor.
Amaba mi soledad, y ahora me estaba matando.
La vida que he llevado durante tantos años, ya no me pertenece, ya no soy como antes.
Antes… antes nada hacía daño.
Recorrí los pasillos del hostal, buscando algo, alguien con vida. Buscando un par de ojos, manos, cachetes, buscando poesía, perfumes, pies moviéndose a mi lado, pero nada sucedió. Salí a beber una cerveza, y la chica de remera verde ya no estaba, ni iba a estar nunca más.
El amor se había desvanecido, hace años; el amor no se queda.
-Tenés que abrir el corazón Elvis -me grita una amante al oído.
Creo que ese es el problema, el corazón está abierto, por eso todo se escapa.

La cabeza contra la pared

Supongo que la vida fue demasiado fácil para mí. Siempre pienso en eso, que las cosas se me dan casi por casualidad y por alguna razón salen bien.
Supongo que es la predisposición que cada uno tiene al levantarse por la mañana. Por mi parte, siempre despierto y pienso lo mismo:
-Ojalá pudiera seguir soñando.
Pero no, todo está ahí. Listo para ser vivido. Las experiencias, las luces, las mujeres, las palabras, las botellas. Todo está justo frente a mí; y lo elijo. Elijo ser así, elijo estar ebrio todos los días, elijo fumar cigarro tras cigarro, elijo alejarme de ella, elijo estar solo. Supongo que no es muy saludable, que no viviré demasiado de esta forma. Supongo que la vida me dará un fuerte, fuertísimo cachetazo, para despertar, para reaccionar. Supongo que el problema es ese, que la vida me va a golpear fuerte, que voy a encontrarme sin salida, que no lo he visto todo, que no lo he sentido todo. Insisto, ese es el problema, porque puede que me siga gustando golpearme una y otra vez la cabeza contra la pared...

lunes, 30 de noviembre de 2009

Martín

Con un paño naranja, Martín limpiaba rigurosamente los vidrios de sus anteojos negros. Por la tarde el tránsito es más intenso, y el calor del ambiente más la temperatura de todas aquellas máquinas, hacían sudar a Martín convirtiéndolo en una inmensa gota de agua andante. Pero eso es cuando le asignan quedarse fuera del centro comercial. A veces tiene turnos dentro, esos son los turnos que más disfruta. El aire acondicionado y las mujeres que se pasean por allí lo entretienen bastante. Pero la gente no mira a Martín, transitando con su uniforme, camisa blanca, pantalón, zapatos y cinturón negros. Más un bordado en su camisa que lo acreditan como Seguridad del lugar. Si un problema se presenta, Martín acude. Robos de rateros, clientes ofuscados, niños perdidos, etc. Era un trabajo fácil. La vida lo había convertido en hombre antes de tiempo y a sus 26 años se encontraba con una mujer y dos hijos que alimentar. Necesitaba el trabajo.Vivían en una pequeña casa en Boedo, que había alquilado con la ayuda de sus familiares. Laura, su mujer, trabajaba en un “Laverap”, ella regresaba a casa a las cinco y quince minutos, después los niños llegaban del jardín. Martín llegaba alrededor de las nueve de la noche. La llegada a casa era un momento de gloria para Martín, sólo al cruzar el portón se podía oler la cena que todas las noches Laura preparaba. Milanesas a la napolitana con fritas, o tallarines a la boloñesa, o algún buen plato que Martín consideraba un viaje al cielo al saborearlos. Siempre acompañado de una cerveza bien fría. Después de cenar, los niños iban dormir, él siempre se tomaba unos minutos y hacían algunos juegos, cosa de padre-hijos. El día terminaba, el noticiero daba sus últimas noticias, mientras Martín y Laura hacían el amor en su habitación. A veces, él se levantaba salía al patio a fumar un cigarrillo y contemplando el cielo poco estrellado de Buenos Aires, consideraba que era una persona feliz. Su vida estaba bien.
Era viernes y llovía muchísimo, la Capital Federal estaba completamente atascada, los colectivos desbordaban de pasajeros, las calles estaban llenas de autos que no avanzaban. Llovía más y más, como si el mundo fuera a acabarse ese mismo día. Martín viajaba en el subte, que apestaba y venía lleno. La gente se desesperaba, y se amontonaba, golpeando y empujando para conseguir entrar al vagón. Martín no estaba acostumbrado a usar el transporte público. Casi siempre volvía caminando, tranquilo, con paso relajado, y si llovía tenía un paraguas preparado en su armario del trabajo. Pero ese día, llovía ¡Llovía condenadamente!Pensaba mientras miraba por la ventanilla del vagón, que hacía algún tipo de espejo en el cual podía ver claramente su reflejo. Estaba cansado, había estado haciendo horas extras desde hacía tiempo para juntar un buen dinero y así poder viajar con los suyos al sur para ver a su familia en Semana Santa. Pero eran muchas horas, y su cuerpo se lo estaba informando. Anhelaba muchísimo poder beber una cerveza. Salió de la estación disponiéndose a caminar las cuatro cuadras a su casa. En el trayecto, le sorprendió que el grupito de “paqueros” que siempre está en una de las equinas del barrio no estuviese allí. Ya no llovía mucho, pero lo defectuoso del sistema de drenaje creaba lagunas entre vereda y vereda. Era imposible no mojarse. Faltaban unos metros para doblar a la derecha y encontrarse cerca de casa, cuando vio pasar a gran velocidad un auto azul, iluminado, con un sonido ensordecedor, era una patrulla.Supongo que es el instinto humano, ese momento en que el sexto sentido aparece, la intuición. Martín sólo pudo correr, y al doblar la esquina quedó encandilado por todo aquel fulgor azul. Y todas esas personas, apostadas frente a su casa, su pequeña casa en Boedo. No podía escuchar nada, sólo el latido de su corazón, y la gente gritando y llorando, tomándolo de los brazos, “¡No vayas!” pero él tenía que verlo, tenía que saber qué era lo que estaba sucediendo. Y abriéndose paso entre todo aquello logró entrar a su casa, al living, el living donde lo tendría que esperar su comida, su mujer, sus hijos, después de un durísimo día de trabajo. Estaban allí, pero sin esperar. Atados, mutilados, quemados, violados, muertos. Todo se nubló para Martín, el cambio fue demasiado, una persona no puede aguantar semejante cosa sin volverse completamente loco. Y Martín lloraba, y se abrazaba con ellos, llorando, completamente mojado, por la lluvia, por la sangre, por las lágrimas. Se incorporó, y caminó a hacia su habitación. Sabía que la tenía allí, la había comprado por si acaso. Y ese día era un “por si acaso…”. La cargó, las balas eran nuevas, la 9mm jamás había sido cargada, pero Martín la tenía, con su funda y su cargador, más un silenciador que había comprado la semana anterior. Le gustaban las armas y tenia vocación de policía. Sólo que no lo aceptaban, una y otra vez las solicitudes eran rechazadas. La federal, bonaerense, ejército. Siempre se sentía frustrado por eso. Él sólo tenía su 9mm que nunca había sido siquiera cargada. La tomó y se la llevó a la cien, cerró los ojos cuando escuchó “¡Fueron unos paqueros!”. Quitó el arma de su cabeza y se sentó en la cama. Podía escuchar a la gente gritar, la casa estaba desbordada, la gente entraba y salía. Todos pudieron ver lo que había pasado, la policía no podía controlar a la gente, enojada, triste, indignada. Pateándolos y pidiendo justicia. Nada tenía control, ni la gente, ni la policía, ni los paqueros, ni los subtes, ni Martín. Guardó el arma en su pantalón y salió por la puerta del patio, un policía no lo vio salir. Estaba refrescando, y se avecinaba otro “round” más de lluvia. Martín caminaba dejando todo ese ruido atrás, limpiándose la sangre en la ropa. Caminó y caminó, durante horas, no tenia idea donde estaba yendo, sólo caminaba, doblaba en alguna esquina caminaba otro par de cuadras y así estuvo gran parte de la noche. De pronto se detuvo, divisaba unas siluetas negras y humo saliendo de ellas. Se podían escuchar fuertes risas, y un hablar muy defectuoso e incoherente. Todos gritaban, como hienas, mientras comían de una bolsa grande de papas fritas. Martín se acercó a ellos, poco a poco. Ya podía verlos bien y los pudo contar. Eran siete. Estaban metidos en un callejón, un pequeño cuadrado que pertenecía a un estacionamiento que ya no existía.
-Che loco, ¡qué queré acá!
Martín no respondió, temblaba, tenia mucho miedo, los tipos se acercaron, todos juntos. Ninguno pasaba los 18 años, destruidos, con sus caras huesudas y los ojos desorbitados, se podían ver ampollas en sus dedos podridos. Muertos vivientes. Martín hizo un paso atrás, el miedo lo carcomía, no podía moverse y los tipos estaban ya muy cerca. Martín cerró los ojos, y pudo ver a su familia, sólo pudo recordar su última visión de ellos. ¿Cómo pudo haber pasado? ¿Por qué matar de esa forma a una mujer y a dos niños de 8 y 6 años? Abrió los ojos, y algo había cambiado, el miedo había desaparecido. Uno de ellos se detuvo percatándose de que Martín llevaba su mano atrás de su saco negro. Todos pudieron ver aquel bordado en la camisa blanca “SEGURIDAD”.
-¡Tiene un chumbo! -gritó uno, y ese fue el primero en caer. Un certero balazo en la cabeza lo dejó boquiabierto. Martín era rápido, y los tiros eran silenciosos, aquello estaba oscuro todavía y los “paqueros” gritaban, y sólo escuchaban pequeños zumbidos y cada vez menos gritos. De pronto todo estaba en silencio. Martín respiraba con tranquilidad, inmóvil. Desde aquel silencio pudo percibir un pequeño sollozo, “snif, snif” justo atrás de un container. Martín se acercó, y el sollozo se hizo lloriqueo, se acerco más y el lloriqueo se hizo llanto y súplicas:
-¡NO ME MATES, NO ME MATES! -era un niño, de unos 11 años, lloraba y pedía por su madre. Martín retrocedió, bajó su arma y caminó unos pasos. Pero bastó sólo con una imagen, como de fotografía, en la que pudo ver a sus dos pequeños hijos cortados, sangrando, con sus pequeños ojitos quemados, sin ninguna expresión, completamente deformados. Frenó y se volvió sobre sus pasos, apunto con su 9 mm. volándole la cabeza al niño. Se escuchaba que venía la policía, y Martín se alejó. Encontró un bar, se metió en el y pidió una cerveza. Una mujerona ofreció chupársela por 10 pesos, pero ese día Martín no estaba para chupadas. Terminó la cerveza y salió, se paró en la vereda y se concentró en el cielo. Aquel día en Buenos Aires el amanecer era hermoso.

martes, 27 de octubre de 2009

No era la quinta

Ahí estaba yo, en la barra.
Y ahí estabas vos, en tu mesa.
Te acercaste, y dijiste cosas lindas.
Me enamoré sin problemas.

-Cuando lleguemos a la quinta cerveza,
nos vamos a casa.
Aceptaste, y seguimos bebiendo.
Mirándonos, amándonos.

Tu matemática fue perfecta
y a la quinta cerveza demandaste por mi promesa.
Lo que no sabías, era que no era mi quinta cerveza,
en consecuencia, estaba más mareado de lo que creías.

Pedime lo que quieras, puedo besarte,
puedo tomarte de la mano y bailar, puedo cantar para vos.
Puedo abrazarte cálidamente en esta noche de Londres.
Reir a tu lado, darte mi alcohol, bañarme y lavarme los dientes.

Todo eso podría hacer para vos, al menos por esta noche.
Pero por favor no me pidas que te ame, hoy no puedo amarte,
no puedo hacerte el amor, estoy demasiado vacío.
Estoy muy ebrio para esto.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Retirada

Me retiro al fin de todo esto;
del sol, de las lágrimas, de las sonrisas.
Me retiro de las manos bien estrechadas,
de los poemas de amor; de las canciones de amor.

Levanto el campamento
que hace años está a la espera
de buenas intenciones, de cálidas palabras,
de rostros sinceros.

Levanto ante mí un paredón de viejas botellas,
oscuro, áspero y cruel.

Me retiro de los intentos, los ideales,
y los buenos modales.

Y así, mientras la fuerza sigue intacta,
me quedaré mirando la vida en el único lugar
desde donde todo se ve con más claridad;
donde la vida es vida,
y no un manojo de sueños y proyectos por cumplir;
ahí, donde siempre estuve y estaré;
en la cuerda floja.

jueves, 13 de agosto de 2009

El Asesino

Lo golpeé justo en la nariz, y cayó.
Sonó fuerte y seco contra el piso,
y la música terminó.
Alguien tocó su cuello:“lo mataste”.
Justo ahí, dejé de estar ebrio.

Di un par de pasos hacia atrás, y me fui a casa.
Había matado a alguien, una persona, un ser.
¿Quién era yo para decidir el destino de una persona?
Siempre pensé que todos debían hacer de sus vidas lo que quieran.
Violé mi propia regla.

Intenté beber, pero nada sucedió.
Cuando eres un asesino,no hay litros de cerveza,
ni kilos de cocaina que te hagan olvidarlo.
“Mataste a alguien”.
No tardarán en venir por mí; todos en el bar me conocen.
“Pum, pum, pum… ¡Policía!.”
Debo pagar por lo que hice.

La puerta se abre violentamente.
Me ponen contra el piso, siento el frío del metal en mis muñecas.
Una cucaracha mueve sus antenas frente a mis ojos;
“cuida mis cosas amiga… todo terminó para mi.”

Días

Por las mañanas,
Se apoya sobre mis hombros, la oportunidad de vivir un día más.
Peleo duro con mis pasos, que desean quedarse junto a labios poco sinceros.
Mucha borra, poco café; mucha resaca, poca realidad.
Hay aliento en mi respirar, hay reflejo en el espejo.

Por las tardes,
Templa su voz el acero de mis manos
Relucen humeantes las miradas perdidas
Transita sin calma, el latido del corazón enamorado
Anuncio la partida de un beso, de un abrazo, de una sonrisa.

Por las noches,
Los ruidos llaman a las malas decisiones.
Ladronas de guantes blancos asumen que no necesitas más que botellas
empuñadas en garras desfiguradas,
y bailo, y canto, y vomito.
Y se escribe un capítulo más, y vivo un día menos.

jueves, 30 de julio de 2009

El amor en tiempos de conga.

Estaba completamente perdido en los culos de unas mujeres que bailaban justo frente a mi. Bailaban, se meneaban y saltaban dejando ver por períodos de microsegundos unas bamboleantes y bronceadas nalgas.
Subían y bajaban los brazos en coordinación. Todas se agenciaban unas formidables curvas. Reían, y bebían en vasos largos, sorbiendo poco a poco sus Bacardi, sus Fernet, sus Cuba Libre, sus Gin Tonic. Odio esos tragos.
Y bailan, gritan y beben mientras se miran las unas a las otras criticando, maldiciendo, odiando. Ya no entiendo por qué suceden las cosas.
Podría concentrarme en ese buen par de tetas, en esas piernas, podría imaginarme embistiendo a una de ellas en mi cama, sudando, rasgando nuestras ropas. Podría también dejar de imaginar y caminar a través de la pista tomando a una del brazo. “Franelear” y sumergirme entre sus risas.
Miré mi vaso y luego volví a mirarlas. Hice contacto visual con una de ellas, fue sólo un momento pero lo hubo.
Y allí comenzó, lo de siempre, lo que siempre me pasa en un lugar con mucha gente. El aburrimiento, el acostumbramiento, el asco, el cansancio, las ganas de estar solo.
¿Por qué no sólo me concentro en mirarles las tetas, el culo y punto?
No, tengo siempre la maldita costumbre de observar, de tomarme segundos de mi vida para detenerme y mirar todo lo que sucede a mi alrededor. Perder mi tiempo
¿Nunca te detuviste un segundo a observar un “boliche”? No lo recomiendo.
Como siempre, terminé mi bebida lo más rápido posible. Salí del lugar, tomé un taxi y fui a casa de Luciana que, por alguna razón, nunca me canso de observarla.

miércoles, 22 de julio de 2009

Ríos rojos, amarillos y un poco de aire.

Abrí los ojos y el techo se movía, revoloteaba, iba y venía hasta que ya no pude contenerme. Ella estaba a mi lado, durmiendo, como siempre, como todos los días.
En dirección al baño lo contuve lo más que pude, pero mi mano estaba ya húmeda sintiendo también cómo los cachetes se inflaban de líquido, llegué y lo dejé salir. El asunto salía con presión y chocaba en el inodoro regando gotas por todo el piso. Gotas rojas, vómito rojo. No quería caer, nunca quiero, pero mis piernas estaban muy débiles, “no voy a caer” pensaba. Y caí, doblegado, claudicando, vencido, de rodillas frente al puto inodoro mientras una suave sensación de calor y humedad recorrían mis pantalones. La orina embadurnó el cuarto de ese hedor a amoníaco, fuerte, y vomitivo. Claro, tuve que vomitar nuevamente sin conseguir apuntar bien al lugar correcto. Intenté levantarme pero era inútil, todo a mi alrededor era un asco. Todo, incluyéndome.
Vómito y orina coloreaban las baldosas blancas de amarillo y rojo.
La escuché:
-¿Estás bien?
-Perfectamente.
-¿Qué es ese olor?
-Nada.
Nada podía hacer yo contra todo eso, estaba herido, muy herido. Descansé un segundo en el piso e intenté levantarme nuevamente. Fue difícil, pero lo hice, abrí la ducha y me dispuse a limpiar el lugar con lavandina, un trapo de piso y agua. Lentamente, limpiándolo todo esperando a que el agua tomara la temperatura correcta para darme un baño:
-¿Estás bien?
-Perfectamente -volví a responder
Ya estaba todo impecable, el inodoro, las baldosas y yo. La verdad soy bueno limpiándolo todo.
Salí del baño en toalla dispersando prendas tiradas en el piso con el pie. No tenía recuerdos de nada, no sabía dónde había estado ni como había llegado a casa de Luciana. Levanté un paquete de cigarros sobre la mesa pero no había ni uno sólo, hice un bollo con él y lo arrojé al piso. Respiré profundo y enfoqué la vista en algo sobre la mesa que me llamó la atención. Parecía una tarjeta, metida en un plástico. La levanté, tenía mi nombre junto a un título que decía: “Gimnasio”. Puteé: “¿Para qué carajo me gasté noventa mangos en esta pelotudez?” La dejé sobre la mesa.
-¡Luciana! ¿Me devolverán la plata del gimnasio si voy con la tarjeta? -grité, pero no respondió. Para mi sorpresa, al mirar el reloj eran las 8 y 20 de la mañana. Ella dormía profundamente.
Nuevamente comencé a sentirme enfermo, no eran vómitos, era mi cuerpo. El pecho me dolía muy fuerte, al igual que el estómago. No podía dejar de mover las manos y sentía como si mi boca estuviese despedazándose. Necesitaba un trago, pero nada, la heladera estaba vacía. Es decir había cosas; comida, jugo, agua, verduras, carne, manteca, fiambres, hamburguesas, huevos, etc. Pero estaba vacía ¿se entiende? Agarré la botella de agua, hay que beber agua, Schad siempre dice que hay que beber mucha agua, yo también lo recomiendo. Podés beber toda el agua que quieras, porque si vomitás sale con ella todo lo malo y eso, es bueno.
Me sentí bien, tomé asiento en una silla y me quedé mirando la puta tarjeta del gimnasio. “Cómo me gustaría que me devolviesen los noventa pesos” y el dolor comenzó nuevamente, fuerte, como si alguien estuviese saltando sobre mi estómago con unos botines de golf. Me sentí débil otra vez, traté de llamar a Luciana pero no podía hablar.
Bebí más agua pero todo continuaba igual, di un golpe fuerte a la mesa y grité: ¡BASTA! Y ahí sucedió, la tarjeta del gimnasio cayó al suelo justo frente a mis ojos.
Lo sentí como una burla.
“¡ESTA BIEN! ¡Voy a ir al puto gimnasio…!” Y el dolor bajó considerablemente.
Me cambié, bufando, ebrio y sin mucho equilibrio. Conseguí unos pantalones de tela bastante viejos y una remera negra con la inscripción “Jackass”. Un buzo y las zapatillas viejas que siempre uso. Besé a Luciana en la frente y salí del departamento. Buenos Aires estaba muy frío pero el lugar estaba a sólo dos cuadras así que caminé, me consideré un idiota, estaba camino a un gimnasio sin saber por qué razón lo estaba haciendo. “Estoy muy ebrio, por eso estoy haciendo esto” Llegué al lugar y hablé con una recepcionista que luego me acompañó a una de esas cintas para caminar. Yo iba tras ella tratando de enfocar bien la vista para saber qué tal estaba su culo. Pero nada, tenía la vista arruinada. Encendió la máquina, me explicó cómo funcionaba y comenzó la caminata. Traté de enfocarle nuevamente el culo, pero fue inútil. No veía un carajo. Creo que ella lo notó.
A mi lado había un tipo, podía sentir su mirada, podía sentir cómo se preguntaba “¿que hace este tipo acá?” Hice un par de pasos y eructé varias veces, el olor a alcohol y vómito se sentía en todo el gimnasio. “Al carajo, me estoy recuperando”
Así que ahí estaba yo, caminando en la cinta, tendría que hacerlo durante unos veinte minutos. Veinte minutos caminando en una cinta, yo sabia perfectamente que no quería estar ahí, que no me interesaba, no me interesaba nada, ni el buen trabajo que tenía, ni la música, ni la guitarra, ni escribir, ni cantar, ni los shows, ni el gimnasio ni absolutamente nada. Yo sólo quería continuar bebiendo, chupando cerveza emborrachándome, quería continuar en ese estado por siempre, hasta el día que muriera. A veces no hace falta tener una vida miserable para no encontrarle a ésta, ningún sentido. Pero mi cuerpo ya no me estaba acompañando, el alma sí. Veintiséis años y ya no podía continuar con mi cruzada a favor de la distorsión de la realidad.
Fue extraño pero el tiempo paso rápido y el aparato marcó que los veinte minutos estaban ya cumplidos. No podía negarlo, me sentía mejor, estaba completamente sudado y los dolores habían desaparecido. “¿Podría caminar un poco más?” Así que le di otros veinte minutos más pero esta vez con un poco más de velocidad. Terminé los veinte minutos, elongué y tomé un respiro.
Estaba bien, es decir, me sentía bien y aliviado. El dolor ya no estaba y profundas caladas de aire le daban vitalidad a mis piernas y brazos. No era un mal negocio hacer esto un par de veces por semana.
Hoy, pasaron dos semanas y continúo todos los días con mis ejercicios, sin problemas y cada vez más recuperado.
¿Por qué sigo haciéndolo? Es simple, estoy poniéndome fuerte nuevamente, estoy limpiando mi cuerpo a fondo. Porque pronto continuaré embriagándome como siempre.
Es sólo que no quiero seguir vomitando sangre y meándome encima toda mi vida.

viernes, 17 de julio de 2009

El Duro

Dios mío, esta resaca es terrible. Apenas puedo moverme, nunca me había sentido de esta forma. El olor a vómito inunda todo mi ser, mi lengua se siente agria, horrible. Intento levantarme, pero el dolor es intenso y me lo impide. No puedo recordar nada, cómo llegué a casa, o siquiera dónde fue que estuve. Suele pasarme esto de olvidar lo sucedido la noche anterior, pero con el pasar de las horas, las imágenes aparecen en mi mente, cual si fueran fotografías de antaño. Pero ahora es diferente. El dolor es inaguantable, agudo, mis oídos zumban y hay un movimiento en mis manos que no reconozco. ¡Dios mio! Por favor, este dolor tiene que terminar, daría lo que fuera. No sé, ¡mi brazo derecho toma! Ahí lo tienes. Córtame el brazo derecho, pero prométeme que no habrá más dolor. Creo que voy a morir, parece una linda tarde para morir. Va a pasar mucho hasta que vengan a buscarme, hoy es domingo, creo que va a ser recién para el martes, o miércoles. O cuando mi podredumbre se sienta en todo el edificio.
Dios, Jesús, Alá o quien carajo sea ¡quiero la cuenta ya mismo! Este dolor es inaguantable
"…this is the end, my only friend the end…" ¡PUTA MADRE!
Pero no, no fallecí, todavía estoy acá. Una vez más, ¡les di por el culo! Les hice comer mierda: “Elvis, vas a terminar mal, es peligroso lo que hacés” ¡Peligroso mis pelotas!Es verdad, nunca había sentido tanto dolor en mi vida. Dolor de muelas, perdí algún amor en mi vida, rompí mi rodilla, me traicionaron varias veces. Todo eso me causó dolor, pero nunca como esa resaca. Tuve miedo, pero no a morir, más bien a que el dolor nunca terminara. DOLOR. Nos vimos las caras, El Dolor y yo. Ahora nos respetamos, Él me mostró lo que es capaz de hacer, y yo, demostré lo que soy capaz de aguantar. Sin embargo, sé que no es su máximo poder, esa resaca fue increíblemente fuerte. Pero no es el máximo dolor. Yo lo sé, y Él también lo sabe, así que su boca sonríe hacia el costado. Con confianza, pero también con incertidumbre. Porque sabe perfectamente, que no es mi máximo aguante. Ambos lo sabemos, El Dolor y yo, así que estamos esperando, atentos, agazapados, en posición de ataque. Yo, con mi cuarto vaso de whisky. Él, dejándome beber…un par más.

martes, 14 de julio de 2009

Ella y Ella

El Doctor había terminado su trabajo hacía varias horas, recostado en un sillón de pana verde, que adornaba soberbiamente una oficina de jefatura. Miraba correr lentamente las agujas de un reloj antiguo traído desde Londres. Esperaba impaciente que los minutos restantes a las seis de la tarde se desvanezcan a la velocidad única e inalterable que tiene el tiempo.Terminada la espera, y con su cuerpo todavía sobre el sillón y en posición horizontal, echó un suspiro, mezcla de alivio con frustración. Se incorporó, dio unos pasos alrededor del lugar y vio su imagen reflejada en un espejo de metro noventa por setenta centímetros:
-¿Para qué habré comprado este armatoste? -susurró mientras se acomodaba el saco y la corbata, buscando la perfecta simetría de las prendas. Al salir de la oficina, el piso estaba completamente vacío. Escritorios vacíos, computadoras apagadas. El día había terminado hacía tiempo. Era la ventaja de ser el jefe, desconectar el intercomunicador y que nadie pase llamadas. Todos en la división lo sabían, si el intercomunicador estaba apagado, el Doctor no debía ser molestado. Le pareció bien, su vida tenia algunos frutos. Apagó algunas luces, y salió con dirección al estacionamiento, un flamante BMW lo esperaba.

Los ojos le picaban, había olvidado quitarse el maquillaje de la noche anterior. Sintió que había cerrado sus ojos tan sólo diez minutos, y exaltada tomó el reloj de la mesa de luz y comprobó que fueron más de 9 horas las que había entrado en un sueño profundo, producto de varias noches en vela. El cuarto, pequeño, oscuro y frío, albergaba a una hermosa y humilde mujer, de cabello rizado, cuerpo esbelto, bien proporcionado, que no dejaba muestra en lo más mínimo del camino recorrido desde hacía varios años. Camino que pesaba demasiado, y que sólo era consentido por la necesidad de ver sonreír día a día a una hermosa hija de 8 años. Llenó un vaso de vino, se higienizó el cuerpo y comenzó la tarea de ponerse bella, algo que no le costaba mucho. Tal vez esa era la más terrible de sus desgracias. Tener ese cuerpo hermoso, como única herramienta de trabajo.

Parado mirando fijamente desde la ventana hacia fuera, estaba el Doctor, todavía con su traje. Un vaso de whisky lo acompañaba mientras sus ojos brillaban y se movían de un lado a otro. De excelente porte, pulcro, una expresión de seriedad le adornaba un cuerpo trabajado durante varias décadas y nunca descuidado. Nervioso, haciendo círculos con los peces de hielo enfocó la vista en ella, al otro lado del edificio, sentada frente al espejo con los utensilios de belleza en sus manos. Bebió un trago más, y dejó el vaso sobre un modular antiquísimo.
Sin quitar la vista de la ventana comenzó un proceso que venía repitiendo hacía varias semanas, quitándose la ropa lentamente, primero un botón, luego otro. Después los zapatos y el pantalón. Hasta quedar en ropa interior. Semidesnudo quedó parado frente a la ventana. Mirando, como ella se transformaba, mirándose, como él se transformaba también. Ambos escondidos, oscuros, ambos en el infierno.

-¿TURCO?... hoy no quiero trabajar, ya no quiero hacerlo -una lágrima, cargada de restos de delineador recorrió su rostro hasta llegar a la comisura labial.
-Está bien… -balbuceó y colgó ante la rotunda negativa.
Ya no era dueña de sí misma, ella tenía dueño, y no era un amor, nunca sería un amor, era propiedad de "El Turco", y de nadie más. La ropa sobre la cama, lista, limpia, ella también limpia, ya no había nada que hacer. Sólo trabajar la calle. Con los hombres en busca de carne, sin sueños, sin amor. Sólo carne, por unos pesos y unos minutos. Pensó en Dios, y quedó convencida que Dios la había olvidado, el vil metal estaba primero dejando a Dios rezagado tras los placeres mundanos del mundo en el que vivimos. Sin lugar a dudas, Dios la había olvidado. La tenue luz dejó ver que ella se estaba cambiando, El Doctor decidió nuevamente que dejaría de ser Doctor, por un tiempo. Y así, poniendo al descubierto el aprendizaje de varios días expectante frente a la ventana, copiando como era que una mujer se hacia realmente mujer emprendió la tarea de tirar por el piso toda su dignidad, frustrado por todo aquello que jamás podría ser…una verdadera mujer.
El labial trazó una línea color rojo fuerte en sus labios, los párpados se oscurecieron, y las mejillas quedaron empolvadas de rubor. El vestido tapó aquel cuerpo de hombre y una peluca culminó la metamorfosis. Él ya era Ella, sirvió otro vaso de whisky, la suerte estaba echada. Enfocó la vista en la ventana, y observó que la puta había desaparecido, un sentimiento de incertidumbre lo embadurnó por completo, salió del apartamento, desesperado, con caminar inexperto por los tacos que jamás había usado. El frío le puso la piel de gallina, en la vereda, logró ver que ella se alejaba sólo unos metros:
-¡Ey! Espera, ¡no te vayas! -la puta se detuvo, sin entender mucho. El doctor, ebrio, apestando a alcohol y perfume de mujer, la tomó del hombro. Ella con los ojos abiertos, impresionada, logró reconocerlo; era El Doctor. Incrédula, no emitió sonido alguno. Agitado, con lágrimas en los ojos, se tomó las faldas del vestido y jugó un segundo con él entre sus manos:
-Cuando ya no tengas ganas de hacerlo, avísame, yo iré.
Inmóviles, ambos se miraron, ya no había nada para decir, ya no quedaba nada. El doctor dio media vuelta y se marchó, ella hizo lo mismo. Al llegar al departamento sonó el teléfono:
-Doctor Andretti, mañana es la reunión de la junta directiva, sólo llamé para recordarle, disculpe la hora.
Ya sin peluca, con restos de maquillaje, Andretti lloró toda la noche sentado al borde de su cama.
La vida nos pone en los lugares equivocados.

viernes, 10 de julio de 2009

Toda la razón del mundo

Corría el año 1973. En el bar, la cosa estaba como todos los días. Yo ocupé mi asiento, pedí una cerveza y miré alrededor. Los muchachos y las discusiones eran las de siempre: política, economía, religión, música; la lista puede ser interminable. A veces era entretenido escucharlos, hasta se podía aprender bastante. Aun a mis 26 años, sabía que me faltaba mucho por escuchar. No obstante, también podía ser tedioso, y las peleas no tardaban en llegar. Obvio, era un típico bar.
Entre todos esos filósofos, poetas, políticos y hombres de dios, estaba Don Carlos. Un hombre de misteriosa personalidad. Nunca se sentaba junto a los demás, bebía en una mesa aparte, y sólo se paraba para corregir algún dato histórico erróneo, o para dar su opinión que, a mi parecer, era siempre muy acertada. Luego de tales acciones, simplemente volvía a su mesa y seguía bebiendo, esperando paciente el dato histórico erróneo, sólo para explicar, y corregir.Era un hombre de avanzada edad, creo que tendría unos 70 años, de cara arrugada, delgado, manos huesudas; sostenía siempre un cigarrillo cuya ceniza nunca caía. Sentado en su silla, cruzado piernas, bebía inconmensurables cantidades de alcohol. Yo lo observaba y divisaba movimientos en sus labios, como planificando cada palabra, cada frase que estuviera por decir. Cada una de las mismas eran asombrosas, quedábamos todos consternados y maravillados de tamaña inteligencia. Jamás se le escapaba una fecha histórica, y sus argumentos desde lo económico a lo religioso eran realmente irrefutables. Jamás iniciaba una conversación, el sólo intervenía, para aplacar las dudas, o terminar con absurdos dichos de borrachos intelectuales. A veces yo mismo tenía charlas con él, pero me era imposible seguirle el ritmo; sinceramente, tenia toda la razón del mundo. En ocasiones llegué a pensar que era una especie de Mesías, que había llegado a este mundo a advertirnos y salvarnos de todo aquello que estábamos haciendo realmente mal. Un Mesías, tentado y vencido por los vicios terrenales, como el alcohol, las mujeres, las drogas, etc; y sabiendo que su tarea no iba a ser cumplida, como se le había encomendado. Trataba por todos los medios de llevar a unos pocos por el camino de la claridad. No lo sé, tal vez era sólo un borracho más del barrio. Cierto día, a pesar del crudo invierno, la cosa en el bar estaba realmente candente: el tercer mandato de Perón generó una serie de discusiones a favor y en contra. Algunos aliviados, otros ofuscados por la noticia. Yo ya estaba bastante ebrio esa vez y trataba de comprender cuál era el punto de discusión, o al menos intentaba crear alguno que resultara interesante mencionar. En un momento, escuché a Don Carlos toser fuertemente, seguido de escupitajos que acompañaban un color rojo intenso:
-¡Epa Don Carlos! ¿Qué anda pasando? -le dije, en tono de dar ánimos.
- Ya no me queda mucho pibe, ayer estub… -de pronto, interrumpió su frase. Algo de la conversación que mantenían los demás lo alertó. Me miró, sus ojos estaban colorados y se podía distinguir cada uno de los vasos sanguíneos que los recorrían.
-¡Señores! -exclamó , incorporándose de su silla y dejando a un lado su vaso medio lleno de cerveza.
-¡Les voy a explicar algo! La tercera presidencia de Perón significará lo siguiente…-y allí sucedió. Dio una explicación, político-económico-social impecable. Durante unas 2 hs, nos dio una premonición de todo lo que ocurriría en caso de que todo tuviese un giro inesperado. Y también, algunas recomendaciones sobre cómo manejar aquella situación. Algunos de nosotros hacíamos preguntas, cuyas respuestas eran precisas, y no daban lugar a otra pregunta.
Al terminar, Don Carlos tosió un poco, y volvió a su mesa. Entre los borrachos nos miramos, y de pronto alguien dijo:
-Bueno, igual yo no creo que vaya a volver una dictadura Militar -y la discusión comenzó nuevamente. Don Carlos suspiró e hizo un movimiento de negación con la cabeza. Parecía que tanta explicación y tanto conocimiento no habían funcionado para nada, creo que se sintió frustrado:
-Me queda poco pibe -dijo mientras se sentaba.
-Jefe, no pasa nada. Además, UD. es un hombre muy sabio, seguro no le teme a la muerte. Yo siempre le encuentro razón a todo lo que UD dice -sorbí un trago de cerveza y encendí un cigarrillo. Con una seña, me pidió fuego:
-Sabés lo que pasa pibe, la verdad es esta- aquello que me dijera Don Carlos, marcaría mi vida, hasta el final de mis días.
-…Moriré con toda la razón del mundo, y sólo les quedara un mundo sin razón…
Tomé mi cerveza de un trago, me levanté, hice señas al cantinero para que anotara todo en mí ya roja cuenta corriente. Le di una palmada en el hombro al viejo sabio y me dispuse a marchar.
-Chau jefe…- el sólo levantó su mano, y se quedó sentado en la penumbra de aquel bar, nuestro bar. Las cosas suceden por algo, y ese algo fue a lo que me aferré durante todos los años siguientes de mi vida. Después de esa noche, Don Carlos nunca más volvió; murió afuera del bar, congelado. El entierro fue tranquilo, sólo unos pocos lo despedimos. Nunca se supo nada de él, ni siquiera como fue que llegó al lugar, hacía ya varias lunas.
Lo cierto es que Perón murió, e Isabel quedó al mando, la cual fue derrocada al poco tiempo. Una junta militar se hizo cargo del gobierno y más de 30.000 personas desaparecieron. Ganamos dos mundiales, y perdimos una guerra. El mundo vivía una época de guerra fría, y el comunismo agonizaba solo en pocos países. Recuperamos nuestra democracia, y comenzamos a perder identidad. Alguien nos hizo creer que estábamos en el primer mundo, y el primer mundo miraba atónito como se estrellaban dos aviones en sus entrañas. Esas son sólo unas pocas cosas de las tantas que podría mencionar. Cosas que el mismo Don Carlos había explicado tantas veces. Pero creo que él no se dio cuenta, sólo éramos una parva de borrachos. Yo continué en el mismo bar durante muchos años, bebiendo y pensando en las palabras de aquel personaje. El viejo había muerto, y era cierto, se había llevado consigo toda la razón del mundo.
Una tarde, bebí mi último trago de cerveza, y fallecí sobre la barra del bar, como siempre lo quise.

Vagabundo


-Pibe, levantate, no podés dormir acá.
-Uh…
Siempre lo dije, Bulnes es la mejor y más acogedora de las estaciones de subte. En invierno no se mete mucho frío, y si llueve, sólo algunas gotas pueden mojarte. Pero si sos precavido y llevás una buena campera, pasarás una noche, medianamente seco.
Cuando era pibe, recuerdo temerle mucho a ese tipo de cosas. Al hecho de no tener un lugar para dormir, no tener comida, pasar frío, estar completamente solo.
Miraba con angustia a los chicos de la calle, y le pedía a “Dios” que nunca me pase algo así.
Hoy, el hambre, el frío y las veredas se han hecho parte de mí. Lo cierto es que tengo trabajo, una cama, pero el problema es que me embriago tanto que a veces tengo que dormir en algún lugar ya que no tengo las monedas necesarias para tomarme el 24 y llegar a casa. Mucho menos ganas de caminar, por lo tanto, las plazas y las estaciones de subte se han transformado en mis albergues.
Cuando despierto (o me despiertan) en una entrada de departamento, miro el lugar e intento saber donde estoy.
El estómago vacío, la resaca y el dolor de espalda se hacen sentir bastante, así que camino un poco, preguntándome: ¿estoy bien? ¿estoy realmente bien?
Cuando descubro que no necesito nada excepto una guitarra, un papel y un lápiz, cuando decido que los últimos 50 pesos que tengo a mediados de mes serán destinados a unas botellas de vino y cerveza, cuando apago el maldito aparato celular durante días, descubro mi otra vocación: vago.
Es verdad, tal vez, yo no sea un vagabundo, mi situación es bastante diferente, no hay punto de comparación. Las adversidades las provoco yo, y no por una cuestión de autoflagelación, más bien es por la innegable verdad que soy un amante de la “joda”. No mido ni por un segundo si mañana no tendré un centavo. Caminaré, dormiré por ahí, comeré algo que me regale alguien.
Soy sincero cuando digo que hubiese sido un buen vagabundo, porque hay una máxima que siempre me repito:
“…a veces pienso que la vida da muchas oportunidades, a las que veo pasar sin pestañear, mientras me tomo un trago…”.

jueves, 9 de julio de 2009

Vejez

-¿Qué viene después? -pregunto.
-¿Después de qué?
-Después de todo este whisky, de toda esta risa, de las putas, de tus canciones, del arroz con pollo, la grasa, la mesa, el portero. Después de mí ¡de todo esto! ¿Qué sigue?
-No sé, supongo que morir. Che… ¿Te diste cuenta?
-¿De qué…?
-¿Es que no lo ves? Mirá mis manos; las veo envejecer por segundos. Veo como mi piel muere ¡puedo verlo!
-¿Te ves envejecer?
-Así es…
-Estás hablando una sarta de pelotudeces.
-¡No, no! De verdad, creeme. También a vos te veo envejecer, ya tenés pliegues en la frente y patas de gallo. ¡Se te está cayendo el culo!
-¡Mi culo no se está cayendo! Estás borracho o drogado o completamente loco. Me da igual, sólo quiero que me des un poco de dinero.
-¡Ni en pedo! No tengo nada… ¡hace días que no como!
-Dale, si te la chupo ¿me das algo?
-¡NO! Te dije que no tengo. Mis manos, mi cara ¡estoy envejeciendo!
-¡La puta que te parió! TENÉS 24 AÑOS, no estás envejeciendo, sólo estás muy borracho
-Pero yo me siento viejo.
-Mirá, si no me das algo de plata ¡te clavo este cuchillo en la garganta!
-NO ¡Por favor! Acá tenés 20 mangos, es lo único. Te lo prometo, voy a ser bueno.
-Así está mejor. Ahora vuelvo, voy a comprar cerveza.
...
-Pensé que nunca volverías.
-Yo también. Tomá, te traje unas galletitas.
-¡Gracias! Sos muy buena conmigo; gracias por cuidarme.
-¿Sabés cuál es el problema Elvis?
-No.
-Te estás poniendo viejo… jejeje.
-¡CARAJO!... ¡LO SABIA!
-…
P/D: Podría estar volviéndome loco ¡pero es que se siente tan bien!
 

martes, 7 de julio de 2009

K.O. En la barra


k.o. en la barra

La bebida puede encontrarte con muchas personas y lugares diferentes; en cuanto a las personas, generalmente son mujeres, y en cuanto a lugares, casi siempre es un bar de mala muerte. Pero tengo presente la combinación de dos cosas, alcohol y mujeres. Me gustan las mujeres que beben. Por la tarde me encontraba en casa, estaba en período de componer alguna canción. Sonó el teléfono, era Carla:
-¡Hola Elvis! Nos juntamos en el bar con las chicas esta noche. ¡Venite!
-Ahí estaré. Chau linda.
Carla era una amiga desde hace algún tiempo, no era muy bonita, pero tenía una simpatía que atraía. Casi siempre contaba sus historias acompañada de “estaba tan borracha que…” o “iba por la séptima cerveza cuando…”, etc.
La verdad nunca había bebido con ella, la encontraba por los bares y siempre estaba ebria. Se abalanzaba sobre mí jactándose de todo lo que había consumido. Yo sólo reía y le daba mis felicitaciones. Esperaba mi aprobación, y me preguntaba cuánto había bebido esa noche. Algo parecido a una competencia. Yo no le daba importancia, además, cuanto más borracha estaba, mas rápido nos íbamos a mi departamento.
Ya en el bar, éramos 4 personas y tres cadáveres de Quilmes en la mesa. Entre risas, cigarrillos, anécdotas y escotes, Carla pidió otra cerveza.
-Che ¡no te vas a poner en pedo hoy Carla eh!- le recomendó una colega.
-¿Yo? Puedo tomar 4 ó 5 más seguro -contestó después de haberse bajado de un fondo su vaso.
-No es necesario que tomes tanto, no tenés que ganarme -dije en voz baja.
El comentario había herido su orgullo, pero no me preocupé, miré a otro lado y seguí bebiendo.
-¿Ganarte? ¿Y quién te quiere ganar? ¿Te pensás que tomás más que yo? –me dijo casi levantándose de la mesa.
-Así lo creo –contesté.
La verdad, no se por qué lo hice, no soy un tipo arrogante, pero a veces necesito poner a la gente en su lugar. Y, realmente, yo no creía que Carla tuviese un lugar de bebedora. Más bien parecía una chiflada que pisaba una chapita y se emborrachaba, justificando así las estupideces que decía o hacía. No podía permitirlo, la cerveza no es para cualquiera. Quedó un poco enojada, y no cruzamos más palabras por algún periodo de la noche. Decidimos irnos del lugar hacia un local bailable.
Parado junto a la barra, me tomaron del hombro:
-Vení, vamos a tomar algo -era Carla.
-Me parece bien, ¿cerveza? -le dije.
-Sin lugar a dudas -y me sonrió.
Terminé de un sorbo la que tenia en la mano y pedimos dos Quilmes.
-Sabés algo Elvis, me gustabas un montón, hace tiempo. Al principio, cuando llegaste a Trelew, eras lindo, siempre bien vestido, con una mujer distinta de tu mano casi todas las noches.
Me hizo reír un poco.
-Mis amigas hablaban de vos, y de tu amigo, siempre juntos, como si fueran dueños de la noche, nos gustaban, pero los veíamos tan fuera de nuestro alcance...
Ese tipo de “halagos” me ponían nervioso, yo sabía a dónde quería llegar, y no se hizo esperar mucho:
-Pero ahora, ¡ja! Estás bebiendo con nosotras, gordo, siempre borracho, sin ningún futuro. Vas a morir en este pueblo dejando embarazada a alguna boludita, y de remisero; uno más que se durmió en los laureles, ¡jajajajaja! –reía con ganas, de verdad con ganas. “Jajajajajaja” de repente, se tambaleó un poco, lo vi en su mirada, se veía mareada. El lugar estaba repleto, y no había mucho aire para respirar; no obstante, me acerqué a su oído, procuré que me oyera bien:
-Carla…¿te das cuenta? ya terminé mi cerveza, y vos ni siquiera vas por la mitad- sonreí
Ella se tomó la boca con la mano, vomitó y cayó al suelo. El rival había sido destruido, Elvis era el ganador. Pedí otra cerveza, y me quedé bebiendo sintiendome muy bien.