domingo, 19 de diciembre de 2010

Infidelidad

Hugo despidió a su mujer un día jodidamente caluroso de diciembre. Hacía ya tiempo que él había dejado de amarla. Quería dejarla pero no podía soportar su tristeza. Era un cobarde. Se despidieron mientras las lágrimas brotaban de los ojos de ella y él, ni siquiera se inmutaba. Sabía que todo había terminado. Ella también lo sabía. La Estación Retiro dejó salir el micro que llevaría a tan inmensa mujer a un descanso, a sus vacaciones. Él no se quedó a saludarla. Quería escapar y no sabía por qué, sólo quería escapar. Ella era una mujer hermosa, tanto en su interior como en su exterior. Pero Hugo ya no quería aquella comodidad. Le gustaba estar siempre al límite y la comodidad nunca puede mostrarte el límite.
Él no tenía casa ni dinero para irse, así que decidió buscar un trabajo que le diera algún dinero para poder marcharse. Consiguió algo en un restaurante, de lava platos; al tipo le gustaban ese tipo de trabajos en donde sólo se necesitaba fuerza y resistencia. Se consideraba un tipo fuerte y resistente, y aunque estuviese cansado siempre seguiría trabajando.
-Soy una mula de trabajo así que ¡no me jodan!
Pero le gustaba beber, y bebía como un condenado. Tragándose su propio vómito sólo por considerarse a sí mismo “el gran bebedor de cerveza”, y así su dinero se iba entre las risas de los demás y su tosquedad pues “NADIE BEBE MAS QUE YO”.
Los días y las semanas pasaron, Hugo comenzó a sentir la necesidad de tener sexo. No se trataba de amor, él sólo quería una concha para lamer, una mujer que le chupase la verga, un culo para pasar su sedienta lengua; pero no era habilidoso con las mujeres, y siempre terminaba ebrio en la que no era su casa, matándose a pajas con alguna película pornográfica en Internet. Pajas, pajas y más pajas todo el tiempo; si encontraba algún momento de ocio en el restorán se retiraba al baño y se hacía una buena paja pensando en alguna de las camareras del lugar.
Fue una noche de martes en la que él se encontraba en la barra de un bar en San Telmo. Siempre iba a ese bar, pues le gustaba el Jack Daniels, y por un billete de a veinte podía conseguir una buena medida. Había una mujer que siempre se lo servia bien cargado.
Mientras sorbía un trago de aquella bebida, una hermosa rubia pasó por su lado. Él la miró directamente a los ojos y ella también.
-Pues bien –pensó -no significa nada, ella sólo me miró, le perecí un tipo extraño.
Y Hugo continuó bebiendo.
Minutos después alguien tomó su hombro:
-Hola.
-Hola -le respondió él a aquella rubia
-¿Estás solo?
-Mucho -le dijo.
-Yo también.
-No te preocupes, somos un par de personas “solas”-ella sonrió
-¿Y qué haces?
-Nada.
-¿Nada? -retrucó ella.
-No, absolutamente nada.
-Pero tienes que hacer algo, tú tienes que hacer algo -le dijo en acento extranjero,
y comenzó a contarle sobre Nueva York. Le dijo que él se parecía mucho a la gente de allá, pero él sabia que los alcohólicos son iguales, en Nueva York, en Buenos Aires o en Ucrania.
Se enamoraron y comenzaron a besarse casi estruendosamente, estrechando sus húmedas lenguas, succionándose el uno al otro, chocándose los dientes, sin que ello les importara.
Él comenzó a pasarle la mano por la entrepierna, primero un poco suave y luego algo más acelerado:
-Wait -susurró ella frenando el masaje atrevido que le proporcionaba Hugo.
-¿Tienes un lugar?
Pero claro, Hugo no tenía un lugar, no tenía dinero para un “telo”, no tenía amigos, no tenía nada. Trató de pensar, pero la excitación lo nublaba. No era el hecho de eyacular, él quería coger con una mujer y que aquellas pajas se hicieran por una vez realidad. Ella era hermosa y el calor hacía brotar gotas de sudor entre sus tetas. Estaba volviéndose loco frente a la “yanki”.
-No tengo dinero para el taxi.
-No importa, yo lo pagaré.
Y así partieron al lugar prohibido, al lugar al que Hugo sabía perfectamente que no debían ir.
Continuaron besándose en el taxi, en el lobby, en el ascensor, en la puerta del departamento, y finalmente en la cama. Comenzaron a hurgarse el cuerpo. Él jugaba con su vagina bebiendo todo el líquido que de allí provenía; ella hacía lo mismo con su verga mamándosela incansablemente, y luego la dio vuelta y ella apoyándose en sus rodillas levantó aquel hermoso culo y dejó a la vista su sexo palpitando de placer. Comenzó a penetrarla primero lentamente disfrutando del momento, de la gloria, sintiendo el mas lujurioso placer. Ella gemía y gemía, y él también. Tuvieron sexo en todas las posiciones existentes, una y otra vez, repitiendo algunas de ellas, y la cosa siguió así hasta llegar al punto más alto del clímax, y juntos apretaron fuerte sus cuerpos en una acabada acompañada por un grito de placer ensordecedor.
Hugo cayó al costado de la cama, rendido, exhausto por todo aquello, respiró con dificultad hasta que se normalizó. Ella se levantó, fue al baño, se limpió y fue a la cocina a por un vaso de agua. Él no podía mantenerse despierto y una sensación de alivio y descanso ganó la batalla por mantener sus ojos abiertos. Se durmió profundamente.
Algo terrible estremeció su pecho al escuchar como unas llaves abrían la puerta de entrada del lugar. Y sólo una persona tenía las llaves. Hugo abrió los ojos y ahí estaba ella, su mujer, su ex mujer, bronceada, iluminada, hermosa como siempre y dueña de esa casa; la que pagaba las cuentas, la que siempre le cocinaba, lo acariciaba, lo besaba, lo cuidaba y le hacia el amor en aquella cama ahora ocupada por un extranjera. él miro al costado y la yanki yacía desnuda, dormida profundamente. No por mucho tiempo.
-¡HIJO DE MIL PUTA! ¡SOS UN HIJO DE MIL PUTA! BASURA TE VOY A MATAR HIJO DE MIL PUTA!
Y la rubia despertó desorientada por los gritos y los objetos que esta mujer desconocida para ella le arrojaba al tipo que había conocido la noche anterior.
Él no decía nada, y recibía los golpes, los palazos de escoba, las cachetadas, mientras intentaba ponerse los pantalones. Se levantó y salió de la habitación mientras ella seguía gritándole y golpeándolo. Pasó por la cocina y los golpes continuaron. Entonces con un movimiento que duró un segundo, ella tomó un cuchillo tramontana. Él la miró a los ojos y sólo pudo decirle “pará”. Ella se acercó con una increíble velocidad y Hugo sintió como el arma blanca recorría su estómago, sus entrañas, como cortaba tajante su vida a los 26 años. Llevó sus manos a la herida, mientras la “yanki” gritaba y lloraba. Tomó una remera que había dejado arriba de la mesa en su última noche de lujuria, y salió al pasillo, donde todos los vecinos del 6to piso miraban desde la puerta de sus departamentos. Hugo se sentó en el pasillo y alguien grito “¡llamen a una ambulancia!”. Tomó la remera y se la ató a su estómago para impedir la hemorragia. Todo era gritos y llanto y sangre. Hugo estaba tranquilo muriendo poco a poco, se metió la mano en el bolsillo sacó un paquete de Chesterfield y encendió uno. Fumó una calada y falleció.
Minutos después llegaron los médicos, y ahí estaba el cuerpo inerte de Hugo, empapado de sangre junto a sus dos mujeres, los vecinos y el portero del edificio, quien sostenía un balde de agua en una mano y un trapo de piso en la otra, listo para limpiar la escena de infidelidad.

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