lunes, 13 de diciembre de 2010

Medio segundo de maternidad…

De manera muy sutil Nicolás apartó su mano de la teta de Carla. Ella insistió tratando de generar algún signo de excitación en Nicolás. Pero no lo consiguió. Su boca lamiendo ya no provocaba aquellos descontrolados sonidos de placer en su hombre. Nada sucedió.
Dejaron de tocarse comprendiendo la fatídica escena. El amor y el sexo se hallaban lesionados de por vida entre los dos. Y no existía en el lugar sensación de querer recuperarlo.
Nicolás encendió un cigarrillo y ella la luz. Se paró frente al espejo y con sus manos examinó su figura:
-Che ¿Estoy gorda?
Él no contestó.
-Posta; estoy hecha una vaca.
La miró, la enfocó, divagó con sus ojos marrones por aquel cuerpo blanco. Viajó profundamente por sus piernas, su vello púbico, su casi inexistente barriga. Sus redondas tetas, sus pequeños pezones. Esos que tanto apetito le habían generado durante meses. Y luego su rostro. Cada uno de los “te amo” habían sido recitados desde su más profunda sinceridad.
A su risa, a sus ojos verdes, a su pelo azabache ondulado. Era lo mejor que le había ocurrido. No recordaba nada mejor y no pensaba en encontrar mejor conexión que esa.
-¿Qué mirás?
Se sintió a un segundo de volver a decirlo y al saberse pensativo desistió de la idea. Él ya no lo sentía y estaba seguro de que ella no querría escucharlo.
El cuarto quedó sin palabras unos minutos. Entonces por primera vez en dos meses un sentimiento de incomodidad se irguió como un muro entre los dos.
-Che, mirá; yo me voy.
Él se sonrió. Conocía ese tono, esa forma perspicaz que tienen las mujeres al despedirse. Al escapar amablemente de su vida.
Ella se acercó y lo besó en la mejilla:
-Tenés mucho talento Nicolás.
-Lo sé.
-No lo desperdicies.
-Nunca lo hago.
Ella suspiró queriendo ocultar una sonrisa.
-Te dejo los puchos.
-¡Gracias! -se acomodó en posición fetal y se tapó hasta las orejas.
-¿Me apagás la luz?
El alma de Carla percibió la primera sensación de maternidad en su vida. Mientras los ojos de Nicolás comenzaron a cerrarse ella contempló a aquel niño de 27 años. Sintió que debía protegerlo, cuidarlo, bañarlo y en el instante en que decidió meterse nuevamente a su cama la imagen de la habitación la tomó del cuello a la realidad. Bolsas vacías de cocaína, botellas de cerveza, cajas de vino, paquetes de preservativos que no pertenecían a sus sudorosas noches de sexo. Ella se sonrió y comprendió que no era su deber cuidar de él:
-¡Hey; Nicolás!
El la miró.
-Cuidate.
-Nunca lo hago -le respondió sentenciando definitivamente el amor animal que existió entre los dos. Ella apagó la luz y salió a tomar un taxi en Av. Corrientes mientras un hermoso sueño apartaba a Nicolás de Carla, del mundo y de él mismo.

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