martes, 1 de diciembre de 2009

Corazón abierto

No alcancé a fijarme en los ojos, el sol de la tarde producía un “achique” en sus párpados, pero me gustó. Me gustan los ojos “achicados”, apenas abiertos, las pestañas haciendo de cortina, dejando ver sólo un poco de esas pupilas, que suponen un color claro, pero no se sabe.
Llevaba una remera verde manzana, un collar de pelotas color madera, algunas pulseras, el escote era bueno, siempre fui un hombre de escote.
Una pollera blanca que llegaba hasta los tobillos, adornada con volados y un transparente revelador, sugestivo. Se veía bien, ordenada, limpia, brillante, querría una mujer así a mi lado. Pero paso…

Me molestó su presencia después del sexo; ella estaba vacía, yo también.
-Hay algo que no está bien -le dije mientras se vestía.
-¿Qué te pasa?
-Hay algo que me falta…
-…
Se levantó y se dirigió a la puerta.
-Che, me voy con los chicos -y se fue.
Ver a esa mujer a la tarde, caminar frente a mi, detonó una soledad que hacía años no sentía. Y ya no tenía respuesta de las compañeras de ocasión, de minutos, de marihuana, de cerveza, de risas.
Introducida en mí, mezclada y batida fuertemente en un cóctel de vacío y depresión, la maldita soledad estaba poniendo al descubierto todo aquello a lo que siempre le di la espalda. El compromiso, el lugar fijo, la salud, la responsabilidad, el amor.
Amaba mi soledad, y ahora me estaba matando.
La vida que he llevado durante tantos años, ya no me pertenece, ya no soy como antes.
Antes… antes nada hacía daño.
Recorrí los pasillos del hostal, buscando algo, alguien con vida. Buscando un par de ojos, manos, cachetes, buscando poesía, perfumes, pies moviéndose a mi lado, pero nada sucedió. Salí a beber una cerveza, y la chica de remera verde ya no estaba, ni iba a estar nunca más.
El amor se había desvanecido, hace años; el amor no se queda.
-Tenés que abrir el corazón Elvis -me grita una amante al oído.
Creo que ese es el problema, el corazón está abierto, por eso todo se escapa.

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