martes, 1 de diciembre de 2009

Libreta en Blanco

Al entrar, las luces no dejaban ver mucho. Mis ojos tuvieron que acostumbrarse por unos segundos. Pude enfocar la barra y un tipo me miraba fijo. No había más de 6 ó 7 personas en el lugar.
-¿Qué va a tomar?
-Cerveza.
-Diez.
Pagué y me senté en un sitio alejado. Tranquilo.
Andaba siempre con una libreta y una lapicera que recogían algunos de los pensamientos más profundos de mi vida. Escribí en ella una frase que tenía en mente,
y la taché fuerte mientras sorbía otro trago de cerveza. Lo intenté otra vez, y volví a tachar. Era una lucha, una pelea de esas que relata Chinaski. Me llevé una mano a la frente para secarme el sudor y apoyé nuevamente la punta del bolígrafo en el blanco papel, pero nada. No había nada para decir. Todo estaba dejando de tener significado, y se estaba haciendo difícil intentar encontrarle alguno. La inspiración comenzaba a desaparecer, poco a poco. Hundiéndome segundo a segundo en el arroyo de las experiencias vividas. Levanté la vista, con temor a lo que pudiera ver, y la cosa no era agradable: el bar se había llenado. La gente reía, charlaba, bebía, se comunicaban. Ellas, hermosas, sonrientes, lindos ojos, lindas tetas, lindos culos; y ellos, bien vestidos, perfumados, con billeteras y dinero en ellas; y yo alejado de todo ello, y con sólo unos pesos para cuatro pintas más. Nada.
El papel continuó en blanco, la lapicera al costado y la cerveza terminada. Amagué a pedir otra, pero no, era hora de irme. A ningún lado, sólo irme sabiendo que no era una buena noche, no había paz, no había mujeres, no había escritos.
Camino a casa, un vagabundo acomodaba cartones y se preparaba para descansar en la puerta de un quiosco. No tenía mucho dinero, pero sabía que podía comprar al menos dos de a litro. Las conseguí junto a un paquete de Marlboro diez. Le dejé unas monedas al vagabundo.
Caminé rumbo a Plaza Congreso, mientras observaba los autos, los colectivos, la gente dentro de ellos. “Enlatados”, pensé. Llegué a la plaza y comencé a beber, lentamente, justo frente al edificio Congreso. La gente de la calle estaba preparada para dormir, todos vagabundos, sin futuro, mucho menos pasado. Terminé la segunda cerveza y la noche enfrió. Encendí un cigarrillo y me acomodé para dormir en el banco. Mientras, mi libreta continuaba en blanco, y yo, sin futuro y mucho menos pasado; como me gusta estar.

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