miércoles, 22 de julio de 2009

Ríos rojos, amarillos y un poco de aire.

Abrí los ojos y el techo se movía, revoloteaba, iba y venía hasta que ya no pude contenerme. Ella estaba a mi lado, durmiendo, como siempre, como todos los días.
En dirección al baño lo contuve lo más que pude, pero mi mano estaba ya húmeda sintiendo también cómo los cachetes se inflaban de líquido, llegué y lo dejé salir. El asunto salía con presión y chocaba en el inodoro regando gotas por todo el piso. Gotas rojas, vómito rojo. No quería caer, nunca quiero, pero mis piernas estaban muy débiles, “no voy a caer” pensaba. Y caí, doblegado, claudicando, vencido, de rodillas frente al puto inodoro mientras una suave sensación de calor y humedad recorrían mis pantalones. La orina embadurnó el cuarto de ese hedor a amoníaco, fuerte, y vomitivo. Claro, tuve que vomitar nuevamente sin conseguir apuntar bien al lugar correcto. Intenté levantarme pero era inútil, todo a mi alrededor era un asco. Todo, incluyéndome.
Vómito y orina coloreaban las baldosas blancas de amarillo y rojo.
La escuché:
-¿Estás bien?
-Perfectamente.
-¿Qué es ese olor?
-Nada.
Nada podía hacer yo contra todo eso, estaba herido, muy herido. Descansé un segundo en el piso e intenté levantarme nuevamente. Fue difícil, pero lo hice, abrí la ducha y me dispuse a limpiar el lugar con lavandina, un trapo de piso y agua. Lentamente, limpiándolo todo esperando a que el agua tomara la temperatura correcta para darme un baño:
-¿Estás bien?
-Perfectamente -volví a responder
Ya estaba todo impecable, el inodoro, las baldosas y yo. La verdad soy bueno limpiándolo todo.
Salí del baño en toalla dispersando prendas tiradas en el piso con el pie. No tenía recuerdos de nada, no sabía dónde había estado ni como había llegado a casa de Luciana. Levanté un paquete de cigarros sobre la mesa pero no había ni uno sólo, hice un bollo con él y lo arrojé al piso. Respiré profundo y enfoqué la vista en algo sobre la mesa que me llamó la atención. Parecía una tarjeta, metida en un plástico. La levanté, tenía mi nombre junto a un título que decía: “Gimnasio”. Puteé: “¿Para qué carajo me gasté noventa mangos en esta pelotudez?” La dejé sobre la mesa.
-¡Luciana! ¿Me devolverán la plata del gimnasio si voy con la tarjeta? -grité, pero no respondió. Para mi sorpresa, al mirar el reloj eran las 8 y 20 de la mañana. Ella dormía profundamente.
Nuevamente comencé a sentirme enfermo, no eran vómitos, era mi cuerpo. El pecho me dolía muy fuerte, al igual que el estómago. No podía dejar de mover las manos y sentía como si mi boca estuviese despedazándose. Necesitaba un trago, pero nada, la heladera estaba vacía. Es decir había cosas; comida, jugo, agua, verduras, carne, manteca, fiambres, hamburguesas, huevos, etc. Pero estaba vacía ¿se entiende? Agarré la botella de agua, hay que beber agua, Schad siempre dice que hay que beber mucha agua, yo también lo recomiendo. Podés beber toda el agua que quieras, porque si vomitás sale con ella todo lo malo y eso, es bueno.
Me sentí bien, tomé asiento en una silla y me quedé mirando la puta tarjeta del gimnasio. “Cómo me gustaría que me devolviesen los noventa pesos” y el dolor comenzó nuevamente, fuerte, como si alguien estuviese saltando sobre mi estómago con unos botines de golf. Me sentí débil otra vez, traté de llamar a Luciana pero no podía hablar.
Bebí más agua pero todo continuaba igual, di un golpe fuerte a la mesa y grité: ¡BASTA! Y ahí sucedió, la tarjeta del gimnasio cayó al suelo justo frente a mis ojos.
Lo sentí como una burla.
“¡ESTA BIEN! ¡Voy a ir al puto gimnasio…!” Y el dolor bajó considerablemente.
Me cambié, bufando, ebrio y sin mucho equilibrio. Conseguí unos pantalones de tela bastante viejos y una remera negra con la inscripción “Jackass”. Un buzo y las zapatillas viejas que siempre uso. Besé a Luciana en la frente y salí del departamento. Buenos Aires estaba muy frío pero el lugar estaba a sólo dos cuadras así que caminé, me consideré un idiota, estaba camino a un gimnasio sin saber por qué razón lo estaba haciendo. “Estoy muy ebrio, por eso estoy haciendo esto” Llegué al lugar y hablé con una recepcionista que luego me acompañó a una de esas cintas para caminar. Yo iba tras ella tratando de enfocar bien la vista para saber qué tal estaba su culo. Pero nada, tenía la vista arruinada. Encendió la máquina, me explicó cómo funcionaba y comenzó la caminata. Traté de enfocarle nuevamente el culo, pero fue inútil. No veía un carajo. Creo que ella lo notó.
A mi lado había un tipo, podía sentir su mirada, podía sentir cómo se preguntaba “¿que hace este tipo acá?” Hice un par de pasos y eructé varias veces, el olor a alcohol y vómito se sentía en todo el gimnasio. “Al carajo, me estoy recuperando”
Así que ahí estaba yo, caminando en la cinta, tendría que hacerlo durante unos veinte minutos. Veinte minutos caminando en una cinta, yo sabia perfectamente que no quería estar ahí, que no me interesaba, no me interesaba nada, ni el buen trabajo que tenía, ni la música, ni la guitarra, ni escribir, ni cantar, ni los shows, ni el gimnasio ni absolutamente nada. Yo sólo quería continuar bebiendo, chupando cerveza emborrachándome, quería continuar en ese estado por siempre, hasta el día que muriera. A veces no hace falta tener una vida miserable para no encontrarle a ésta, ningún sentido. Pero mi cuerpo ya no me estaba acompañando, el alma sí. Veintiséis años y ya no podía continuar con mi cruzada a favor de la distorsión de la realidad.
Fue extraño pero el tiempo paso rápido y el aparato marcó que los veinte minutos estaban ya cumplidos. No podía negarlo, me sentía mejor, estaba completamente sudado y los dolores habían desaparecido. “¿Podría caminar un poco más?” Así que le di otros veinte minutos más pero esta vez con un poco más de velocidad. Terminé los veinte minutos, elongué y tomé un respiro.
Estaba bien, es decir, me sentía bien y aliviado. El dolor ya no estaba y profundas caladas de aire le daban vitalidad a mis piernas y brazos. No era un mal negocio hacer esto un par de veces por semana.
Hoy, pasaron dos semanas y continúo todos los días con mis ejercicios, sin problemas y cada vez más recuperado.
¿Por qué sigo haciéndolo? Es simple, estoy poniéndome fuerte nuevamente, estoy limpiando mi cuerpo a fondo. Porque pronto continuaré embriagándome como siempre.
Es sólo que no quiero seguir vomitando sangre y meándome encima toda mi vida.

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