viernes, 10 de julio de 2009

Toda la razón del mundo

Corría el año 1973. En el bar, la cosa estaba como todos los días. Yo ocupé mi asiento, pedí una cerveza y miré alrededor. Los muchachos y las discusiones eran las de siempre: política, economía, religión, música; la lista puede ser interminable. A veces era entretenido escucharlos, hasta se podía aprender bastante. Aun a mis 26 años, sabía que me faltaba mucho por escuchar. No obstante, también podía ser tedioso, y las peleas no tardaban en llegar. Obvio, era un típico bar.
Entre todos esos filósofos, poetas, políticos y hombres de dios, estaba Don Carlos. Un hombre de misteriosa personalidad. Nunca se sentaba junto a los demás, bebía en una mesa aparte, y sólo se paraba para corregir algún dato histórico erróneo, o para dar su opinión que, a mi parecer, era siempre muy acertada. Luego de tales acciones, simplemente volvía a su mesa y seguía bebiendo, esperando paciente el dato histórico erróneo, sólo para explicar, y corregir.Era un hombre de avanzada edad, creo que tendría unos 70 años, de cara arrugada, delgado, manos huesudas; sostenía siempre un cigarrillo cuya ceniza nunca caía. Sentado en su silla, cruzado piernas, bebía inconmensurables cantidades de alcohol. Yo lo observaba y divisaba movimientos en sus labios, como planificando cada palabra, cada frase que estuviera por decir. Cada una de las mismas eran asombrosas, quedábamos todos consternados y maravillados de tamaña inteligencia. Jamás se le escapaba una fecha histórica, y sus argumentos desde lo económico a lo religioso eran realmente irrefutables. Jamás iniciaba una conversación, el sólo intervenía, para aplacar las dudas, o terminar con absurdos dichos de borrachos intelectuales. A veces yo mismo tenía charlas con él, pero me era imposible seguirle el ritmo; sinceramente, tenia toda la razón del mundo. En ocasiones llegué a pensar que era una especie de Mesías, que había llegado a este mundo a advertirnos y salvarnos de todo aquello que estábamos haciendo realmente mal. Un Mesías, tentado y vencido por los vicios terrenales, como el alcohol, las mujeres, las drogas, etc; y sabiendo que su tarea no iba a ser cumplida, como se le había encomendado. Trataba por todos los medios de llevar a unos pocos por el camino de la claridad. No lo sé, tal vez era sólo un borracho más del barrio. Cierto día, a pesar del crudo invierno, la cosa en el bar estaba realmente candente: el tercer mandato de Perón generó una serie de discusiones a favor y en contra. Algunos aliviados, otros ofuscados por la noticia. Yo ya estaba bastante ebrio esa vez y trataba de comprender cuál era el punto de discusión, o al menos intentaba crear alguno que resultara interesante mencionar. En un momento, escuché a Don Carlos toser fuertemente, seguido de escupitajos que acompañaban un color rojo intenso:
-¡Epa Don Carlos! ¿Qué anda pasando? -le dije, en tono de dar ánimos.
- Ya no me queda mucho pibe, ayer estub… -de pronto, interrumpió su frase. Algo de la conversación que mantenían los demás lo alertó. Me miró, sus ojos estaban colorados y se podía distinguir cada uno de los vasos sanguíneos que los recorrían.
-¡Señores! -exclamó , incorporándose de su silla y dejando a un lado su vaso medio lleno de cerveza.
-¡Les voy a explicar algo! La tercera presidencia de Perón significará lo siguiente…-y allí sucedió. Dio una explicación, político-económico-social impecable. Durante unas 2 hs, nos dio una premonición de todo lo que ocurriría en caso de que todo tuviese un giro inesperado. Y también, algunas recomendaciones sobre cómo manejar aquella situación. Algunos de nosotros hacíamos preguntas, cuyas respuestas eran precisas, y no daban lugar a otra pregunta.
Al terminar, Don Carlos tosió un poco, y volvió a su mesa. Entre los borrachos nos miramos, y de pronto alguien dijo:
-Bueno, igual yo no creo que vaya a volver una dictadura Militar -y la discusión comenzó nuevamente. Don Carlos suspiró e hizo un movimiento de negación con la cabeza. Parecía que tanta explicación y tanto conocimiento no habían funcionado para nada, creo que se sintió frustrado:
-Me queda poco pibe -dijo mientras se sentaba.
-Jefe, no pasa nada. Además, UD. es un hombre muy sabio, seguro no le teme a la muerte. Yo siempre le encuentro razón a todo lo que UD dice -sorbí un trago de cerveza y encendí un cigarrillo. Con una seña, me pidió fuego:
-Sabés lo que pasa pibe, la verdad es esta- aquello que me dijera Don Carlos, marcaría mi vida, hasta el final de mis días.
-…Moriré con toda la razón del mundo, y sólo les quedara un mundo sin razón…
Tomé mi cerveza de un trago, me levanté, hice señas al cantinero para que anotara todo en mí ya roja cuenta corriente. Le di una palmada en el hombro al viejo sabio y me dispuse a marchar.
-Chau jefe…- el sólo levantó su mano, y se quedó sentado en la penumbra de aquel bar, nuestro bar. Las cosas suceden por algo, y ese algo fue a lo que me aferré durante todos los años siguientes de mi vida. Después de esa noche, Don Carlos nunca más volvió; murió afuera del bar, congelado. El entierro fue tranquilo, sólo unos pocos lo despedimos. Nunca se supo nada de él, ni siquiera como fue que llegó al lugar, hacía ya varias lunas.
Lo cierto es que Perón murió, e Isabel quedó al mando, la cual fue derrocada al poco tiempo. Una junta militar se hizo cargo del gobierno y más de 30.000 personas desaparecieron. Ganamos dos mundiales, y perdimos una guerra. El mundo vivía una época de guerra fría, y el comunismo agonizaba solo en pocos países. Recuperamos nuestra democracia, y comenzamos a perder identidad. Alguien nos hizo creer que estábamos en el primer mundo, y el primer mundo miraba atónito como se estrellaban dos aviones en sus entrañas. Esas son sólo unas pocas cosas de las tantas que podría mencionar. Cosas que el mismo Don Carlos había explicado tantas veces. Pero creo que él no se dio cuenta, sólo éramos una parva de borrachos. Yo continué en el mismo bar durante muchos años, bebiendo y pensando en las palabras de aquel personaje. El viejo había muerto, y era cierto, se había llevado consigo toda la razón del mundo.
Una tarde, bebí mi último trago de cerveza, y fallecí sobre la barra del bar, como siempre lo quise.

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