jueves, 30 de julio de 2009

El amor en tiempos de conga.

Estaba completamente perdido en los culos de unas mujeres que bailaban justo frente a mi. Bailaban, se meneaban y saltaban dejando ver por períodos de microsegundos unas bamboleantes y bronceadas nalgas.
Subían y bajaban los brazos en coordinación. Todas se agenciaban unas formidables curvas. Reían, y bebían en vasos largos, sorbiendo poco a poco sus Bacardi, sus Fernet, sus Cuba Libre, sus Gin Tonic. Odio esos tragos.
Y bailan, gritan y beben mientras se miran las unas a las otras criticando, maldiciendo, odiando. Ya no entiendo por qué suceden las cosas.
Podría concentrarme en ese buen par de tetas, en esas piernas, podría imaginarme embistiendo a una de ellas en mi cama, sudando, rasgando nuestras ropas. Podría también dejar de imaginar y caminar a través de la pista tomando a una del brazo. “Franelear” y sumergirme entre sus risas.
Miré mi vaso y luego volví a mirarlas. Hice contacto visual con una de ellas, fue sólo un momento pero lo hubo.
Y allí comenzó, lo de siempre, lo que siempre me pasa en un lugar con mucha gente. El aburrimiento, el acostumbramiento, el asco, el cansancio, las ganas de estar solo.
¿Por qué no sólo me concentro en mirarles las tetas, el culo y punto?
No, tengo siempre la maldita costumbre de observar, de tomarme segundos de mi vida para detenerme y mirar todo lo que sucede a mi alrededor. Perder mi tiempo
¿Nunca te detuviste un segundo a observar un “boliche”? No lo recomiendo.
Como siempre, terminé mi bebida lo más rápido posible. Salí del lugar, tomé un taxi y fui a casa de Luciana que, por alguna razón, nunca me canso de observarla.

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