viernes, 12 de febrero de 2010

En el fondo, en la cima y otra vez en el fondo.

Casi en un trote salí en dirección al baño llevándome una mano a la boca, abrí la puerta del pequeño habitáculo, me apoyé en los costados del inodoro y lo solté todo. Como una canilla, como una cascada amarga y ácida que salía de mí. Fue un buen vómito, me sentí mejor. Un tipo golpeó la puerta:
-¿Estas bien, loco?
-Loco las pelotas -pensé.
-Sí; estoy bien.
Fui al lavabo, enjuagué mis manos, mi cara y mi boca haciendo unos buches que refrescaban intensamente todo mi ser. Me sequé y salí del baño, había olvidado tirar la cadena y en mi salida pude escuchar fuerte y claro: "¡hijo de puta!"
Tomé del hombro a mi compañero y le dije:
-Colega, no puedo más. Me voy.
Y me largué del lugar. Bajé las escaleras abrí la puerta roja y como por arte de magia negra un taxi paró a mi primera señal:
-Araoz y Velazco por favor.
Sentía una punzada en mi dedo gordo, abrí los ojos y pude ver cómo mi gato lo mordía con aires de juego, dándole una suerte de “palmadas” con sus pequeñas garras, haciendo pausas para rascarse con ellas detrás de su oreja. A mi también me picaban algunas zonas del cuerpo.
Me levanté y me serví un vaso de agua mientras un tremendo martillo golpeaba mi cabeza una y otra vez.
-Tengo que ir a trabajar -pensé mientras encendía un cigarrillo.
Y me dispuse a lo de siempre, vestirme, mojarme el pelo, y salir.
Sólo deseaba encontrar un asiento vacío en el subte ya que me era bastante difícil mantenerme en pie. Pero la cosa venía llena, muy llena. No soporto el viaje en el trasporte público, lo odio, lo aborrezco, tal vez podría pedirle el asiento a alguna señora. "Hey señora; sabe, he bebido mucho anoche y necesito el asiento. No me siento bien. Ud. no ha bebido como yo, deme el asiento, ¡por favor!." Pero no dije nada.
Llegué al trabajo, cansado, sudado y con muy mal aspecto. Lo malo de trabajar en verano es que no hay absolutamente nada para hacer y sólo te la pasás conectado a Internet perdiendo todo tu tiempo mirando videos pornográficos y nada más. Lo bueno de trabajar en verano es, claro, todo eso.
Conecté el Facebook: “Fulanito te ha invitado al evento tal…”, no asistiré. “Hazte fan de tal cosa…” no. “Hazte fan de tal otra…” tampoco. ¿Cómo puede una persona mandar una invitación a “Hazte fan de ser fan de algo esta bueno”? Imbéciles. Creo que voy a hacer un grupo que se llame “Hazte fan de suicidarse” así todos se suicidan y terminamos con esta idiotez.
Alguien me escribió en el chat de la red social. Fue un “hola, ¿cómo estás?”. La foto se veía bien, una linda sonrisa la adornaba. Respondí:
-Todo bien, ¿vos?
Nada más mentiroso, yo no estaba bien.
Y comenzamos una buena charla, era interesante, era lo único interesante que me había ocurrido en meses. Me paseé por sus fotos y se veía preciosa, única, sonriente. En ocasiones soltaba yo una carcajada con sus comentarios, era un asunto bonito. Tal vez esto del Facebook no sea tan malo.
Comenzamos a hablar seguido, ella me contaba sus cosas, yo le contaba las mías, a veces yo no tenía nada que decir y ella siempre sacaba algún buen tema de conversación. De esas personas imposibles de encontrar. O por lo menos eso pensaba.
¿Ella? Ojos marrones, cabellos negros, piel morena acompañada de unas excelentes piernas que, mientras tu mirada las recorría, subían hasta un hermoso y parado culo.
Y gracias a los dioses sus tetas eran de un tamaño generoso y una redondez magistral. Siempre fui un hombre de busto.
Una mañana, mientras hablábamos ella dijo:
-¿Nos encontramos?
-Claro -contesté sin vacilar.
Lo hicimos. Fuimos a un bar bebimos y luego nos fuimos a su casa. Yo hablaba y hablaba y ella se enojaba y estaba en contra de todo lo que yo decía.
-¡Pero León! Estas desperdiciando tu vida, no seas imbécil te vas quedar trabajando toda la vida ¿es eso lo que realmente querés?
-No -le contesté.
-¿Entonces?
-Puta madre -me dije a mí mismo, ella tenía la razón y yo no sabia cómo carajo refutar. Ella parecía haberlo comprendido, no se trata de ser famoso, del reconocimiento, del dinero, de casas, de autos, de mujeres; sólo se trata pura y exclusivamente de NO TRABAJAR MÁS, NI UN SÓLO DÍA MÁS. Y se suponía que un escritor no debía trabajar, y yo era un escritor, y me consideraba bueno, y ella también me consideraba bueno, o por lo menos eso decía ella.
La mire a los ojos y le dije casi balbuceando:
-¿Me das una mano?
-Claro… yo te ayudo.
Me abrazó y nos fundimos en un beso que todavía no puedo olvidar.
Y todo estaba muy bien, ella vino a casa y juntos ordenamos el lugar “¡Ay León! Que asco” Y yo reía mientras bebía una cerveza y le preparaba un fernet. “León ¡Hay gusanos en tu baño! Qué asco, qué asco”. Y reía aun más mientras ella pasaba el trapo de piso. Me acercaba le daba un beso y le pellizcaba el trasero.
-Amor; ¿porque no dejamos esto y nos vamos a la cama?
-No no no; no señor, ¡hay que limpiar esta mugre! Dale agarrá la escoba y ¡AYUDAME!
Entonces yo tomaba la escoba y barría a desgano y ella se acercaba besándome el cuello y susurrándome;
-Va a quedar lindo amor, te lo prometo.
Yo me sentía mucho mejor y barría con más ganas y ritmo. La habitación, la cocina, el baño, el pasillo. Lavamos los platos, limpiamos la heladera, tiramos lavandina, pasamos el trapo, le colocó “pulguicidas” a la gata, todo entre risas, cerveza, “fernet” y Enrique Bunbury.
Y terminamos. Brillaba, no había ni un rastro de tierra, nada de desorden, todo estaba doblado, limpio, planchado. Olía muy bien. Y mi cuerpo exhausto se sentó en la silla mientras la gata saltó y se posó en mis piernas. Juntos le hicimos un paneo entero al lugar, el animal me miró y maulló.
-Sí Priscila, ella es una buena mujer -le dije.
-Bueno León y ahora ¡me voy a encargar de vos!
-¡OH amor; ya era hora!.
Quité al gato de encima y la atraje hacia míi abriendo sus piernas y sentándola sobre mi. Se me endureció en un segundo.
-¡Eh, no no no! Digo que ahora me voy a ocupar de vos ¡ANDÁ A BAÑARTE!
Luego de varios intentos fallidos por querer quitarle la ropa interior fui a bañarme.
-¡Atrás de las orejas pasate bien el jabón! -me gritaba, y yo, rasqueteaba bien atrás de las orejas mientras mi miembro permanecía con una dureza implacable.
Pero me sentía bien, había algo que me atraía de todo eso, podía escucharla cantar y darme indicaciones de cómo lavarme bien el cuerpo. Terminé y me sequé.
-Tomá -y me entregó unos calzoncillos limpios, pantalón y remera.
–Cambiate y vamos a comprarte algo de ropa, no podes andar con esos harapos.
-Pero a mí me gustan mis harapos.
-A nadie le gustan los harapos, usas harapos porque no te compras ropa.
-Bueno, pero no vayamos muy lejos, estoy cansado y además tengo hambre.
-No te preocupes, yo te voy a cocinar algo rico.
Y salimos; para mi fortuna el lugar de ropa sólo estaba a dos cuadras. Entramos y nos atendió un pibe de buen aspecto, bien vestido y perfumado, sentí celos.
-Amor, probate esto. Y me pasó una remera blanca y un jean celeste.
-¿Te gusta?
-Está bien. Contesté.
Y seguimos con todo eso, un par de remeras, zapatillas y dos pantalones. Observé que el tipo que atendía le miraba el culo a mi chica, me acerqué:
-Ey; se te pueden caer los dientes -le dije al oído.
Llegamos a casa, ella cocinó algo exquisito y después hicimos el amor tres veces.
Luego se fue, y pasaron las horas, los días, los meses, y ella nunca volvió.
Y volví a despertar, esta vez en el piso de casa, con mi baba llena de tierra y el nauseabundo olor a vómito que me caracteriza en la mañana.
El lugar se hundió nuevamente, en platos sucios, en gusanos en el baño, en pulgas en el gato y en mi corazón… completamente destrozado.

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