miércoles, 17 de febrero de 2010

Lejos de todo aquello

Todo estaba en silencio y solo se escuchaba como el segundero del reloj caminaba y caminaba. El puto segundero era fuerte. “TAC – TAC – TAC”. No era ni siquiera un
“tic – tac” que podría al menos tener ritmo y hacer algo mas agradable el paso del tiempo. Todo allí era “TAC – TAC – TAC” y no podía ignorarlo porque además no tenía el “equipito” de música ni la computadora. El primero no me pertenecía y tuve que devolverlo y el segundo se averió. Solo estábamos la guitarra y yo.
Le escribí una canción a ella, era ya la tercera de una trilogía alcohólica y desesperada que no me dejaba tranquilo desde hacía semanas. Me enfade por eso, yo no quería estar así, no me gusta debilitarme por una mujer. Llorar por ellas, enamorarme de ellas, pelear por ellas, ser bueno con ellas, que manejen mis pensamientos, extrañarlas y claro; que no me quieran cuando me sucede todo eso. No soy diferente de cualquier mortal.
La heladera estaba vacía, no había ni una sola cerveza y las profundas ganas de beber me hicieron tomar la decisión de darme un baño, cambiarme y salir al bar:
-Pri… te quedas a cargo- le dije a la gata y salí con paso tranquilo.
Una mujerona que estaba en la esquina me dijo:
-He mi amor; ¿queres pasarla bien? Caminé en silencio
-Anda ¡Puto!
Di media vuelta y la mire. Ella volvió a putearme:
-Que te pasa ¡PUTO! Y entonces un Renault 9 que yacía estacionado en el cordón de enfrente hizo señas de luces. Seguí mi camino esta vez con paso un tanto mas rápido mientras la mujerona seguió insultándome. Me metí de lleno en el bar, pedí una cerveza y me senté lo mas alejado de la puerta posible. Vi al Renault pasar lentamente frente a la puerta del lugar. Decidí que era mejor quedarme ahí toda la noche.
El lugar estaba tranquilo; en la barra estaba la joven de siempre y el tipo grandote que sirve cerveza con el que en ocasiones tenemos alguna conversación. Esa noche conversamos un rato:
-¿como va la cosa?
-bien- le dije – ¿hay muchas putas por acá no?
-Uff; je… ¿te gustan las putas?
-No; y creo que ahora nunca me van a gustar
-Ja. A todos los hombres les gustan las putas
-A mi; no
-¿Por?
-Creo que tengo mucho ego
El tipo soltó una carcajada y la charla termino ahí. Supongo que entendió de lo que estaba hablando. Es que la verdad no me gusta pagar por acostarme con una mujer. Prefiero beberlo en cerveza o whisky, masturbarme, quedarme solo y punto. Además nunca conocí una prostituta que me guste. Bueno; tal vez una vez si, pero esa es otra historia.
Al bar comenzó a entrar una buena cantidad de gente y yo continuaba bebiendo en soledad. Me gusta estar solo, beber solo, no hablar y así poder escuchar fuerte y claro mis más profundos pensamientos, preguntarme si realmente puedo continuar con todo esto. Seguir escribiendo, seguir bebiendo, seguir cantando, seguir extrañándola, seguir viviendo. Llegar a lo mas bajo de todo ello, agenciarme un arma y volarme la cabeza. Y sorbiendo un trago mas mi alma encuentra la calma, y los mares se vuelven aceite, y las lluvias torrenciales en mis ojos bajan su intensidad en una profunda respiración. Levanto la mirada y todo nuevamente esta en su perfecto orden. Y aunque la oscuridad me rodee, en mi corazón se siente una brisa de humo de cigarro y vida dándole a todo este asunto, algún tipo de sentido.
Un tipo se acercó con una botella en la mano, se sentó frente a mi y se quedo mirándome. Yo levanté mi vaso en señal de saludo:
-¿Querés comprar?
-¿Cuánto vale?
-30…
-Dame dos…
-vamos al baño
-no – le dije mirándolo fijamente a los ojos – yo no voy al baño. Dámelas ahora o no hay negocio
El tipo miro a los costados, al frente y atrás:
-Pasame la plata
-Pásame lo mío primero. Continuaba mirándolo a los ojos.
-¿Tenés un cigarro? Y le pase el paquete de Chesterfield común que siempre me caracteriza mientras el se metía la mano en el bolsillo simulando sacar un encendedor. Tomo el paquete, saco un cigarro y metió las dos bolsas en el paquete. Yo ya había visto al tipo varias veces en el bar. Suponía que algo de eso hacía. Me devolvió el paquete lo tome y lo golpeé dos veces contra la mesa mientras mi mirada se clavaba fulminante en sus ojos; el entendió lo que yo quería decir:
-tranquilo, no te voy a cagar
-eso espero. Conteste
-¿la plata?
-toma- le dije – andá a comprar unas birras. Le entregué el dinero y se fue. Yo pedí otra cerveza más.
Hacía mucho tiempo que no me encontraba con aquello y me sentía tranquilo. No lo necesitaba y esa noche tampoco. Es solo que suelo tomar muy malas decisiones.
Fui al baño y esnifé dos veces. Sentí como mi cara se transformo mientras los incisivos superiores perdían sensibilidad. Salí de ahí un tanto excitado acompañado de esa euforia que le da equilibrio a un cuerpo embriagado con tres litros de cerveza. Pedí otra cerveza más y me senté nuevamente, solo.
Bebí a una cierta velocidad pues ya el bar se estaba haciendo insoportable, tenía a un tipo atrás que gritaba, no hablaba GRITABA:
-JAJAJAJAJA Y ENTONCES LA HECHE A LA MIERDA A LA MINITA JAJAJAJAJA.
-Imbecil. Pensé y termine la cerveza.
Fui a la barra a pagar:
-Che; me puedo llevar dos y después te las traigo. Si querés te pago los envases.
-Como ¿ya te vas?
-Me está esperando una mina en casa.
-AH! Bueno; entonces lleva nomás. Pague y me fui. Eso es extraño, los hombres no podemos ser tan imbeciles. Todo se acepta por una mujer; se aceptan excusas, “plantadas” o lo que sea si es que hay en el medio una mujer. Y eso es solo entre hombres. No quiero ni pensar en todo lo que aceptamos de ellas. Claro, no había ninguna mujer en casa, pero es la única excusa que me deja salir rápido de un lugar. Probablemente el tipo me hubiese dicho:
-Ha no, tomate la cerveza acá. En fin.
No me sentía bien, llegue a casa y arme una cuidadosa línea en un plato junto a un “canuto” con un billete de a cien. Me serví un trago de cerveza y lo bebí de un fondo. Luego hice lo que tenía que hacer. Tosí, encendí un cigarrillo y nuevamente otro trago.
Estaba en blanco, literalmente en blanco. No podía pensar en nada, no sabia que hacer o hacia donde caminar. Subía y bajaba las escaleras del pequeño lugar. Hablaba solo, maldecía solo, no podía tocar la guitarra ni escribir y todo lo acompañaba una dificultosa respiración.
- OK- me dije -basta.
Nuevamente me senté y tome otra mala decisión. Fue un tanto mas alargada y gruesa que la anterior, volví a enrollar el billete cometiendo ese maldito acto de agachar la cabeza, y justo ahí en el momento de profundizarme en aspiración con el polvo; la recordé.
Ella, hermosa entrando en el bar, sonriente con sus largos cabellos negros y su minifalda de jean. Ella; abriendo la puerta de su casa dándome un gran beso que no había pensado recibir. Ella; mostrándome sus trabajos, sus sueños. Ella Durmiendo junto a mí en su cama. Ella; sirviéndome un café en la mañana. Ella; despidiéndose de mi en el ascensor.
Sentí una fuerte tristeza y furia, tome el plato junto con todo lo que quedaba de aquella maldita adicción y lo tire por el inodoro. Lloraba y lloraba como un pequeño que ha perdido su juguete mas preciado, como una mujer recibiendo el fuerte cachetazo de un marido golpeador. Lloraba junto a la puerta del baño, en la cocina, y finalmente en la cama. Pidiendo por favor que el tremendo puñal que sentía en el pecho desapareciera. Y luego pude descansar.
Es por eso que me he alejado de todo aquello, porque ya no es como antes, porque antes (como dije en algún otro cuento) nada hacía daño.
Desperté en la mañana y me serví un trago de cerveza, recordando la primera vez que bebí un trago de ella. La que consideré probablemente la más importante de las decisiones en mi vida.

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